13/11/2025
Entre Cultura y Nación

Un despertar entre el ruido

En medio del ruido, de la saturación de lo banal y lo efímero, ha llegado una noticia que nos devuelve la esperanza: Juan Luis Guerra ha sido declarado Patrimonio Musical y Poético de la República Dominicana por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Cuatro décadas de trayectoria consagran a un artista que no solo llevó el merengue y la bachata a los escenarios del mundo, sino que elevó nuestra identidad al plano de la poesía universal.

Este reconocimiento no es un simple homenaje a un músico, es la confirmación de que no todo está perdido. Aunque muchas veces creamos que los valores culturales han sido desplazados por el ruido de la vulgaridad, debemos entender que cada sociedad atraviesa etapas de confusión, de crisis y de redefinición. En esos momentos, la cultura parece dormida, pero en realidad está gestando su próxima gran transformación.

Lo que hoy parece una avalancha de «basura musical» –esa corriente superficial que inunda nuestras emisoras, plataformas y redes sociales– puede ser solo un reflejo del desconcierto de una época, una distorsión pasajera en el largo proceso de evolución cultural. La historia demuestra que toda decadencia trae consigo una purificación, y que después del caos siempre resurge la armonía. Las naciones, como los seres humanos, se sacuden antes de despertar.

En medio de ese torbellino, la figura de Juan Luis Guerra se alza como un faro. Su obra, tejida con palabras limpias, ritmos auténticos y fe en lo nuestro, nos recuerda que la música dominicana sigue viva, que aún late el talento, la sensibilidad y la poesía en el alma del pueblo. Cada una de sus canciones es un puente entre lo popular y lo sublime, entre la alegría y la reflexión, entre la fe y el arte.

Los jóvenes deben mirar hacia ese ejemplo. Comprender que la libertad creativa no está reñida con la belleza ni con la ética. Que se puede ser moderno sin renunciar al alma. Que el verdadero progreso cultural no consiste en olvidar lo nuestro, sino en transformarlo, hacerlo vibrar en nuevos tiempos y con nuevas formas. Porque cuando un pueblo pierde la vergüenza estética, corre el riesgo de perder también su identidad.

Sin embargo, los dominicanos hemos demostrado que sabemos renacer. Lo hicimos en la música, en la literatura, en la pintura, en el teatro y en la danza. Cada generación ha tenido su propio Juan Luis Guerra, su propia voz que rescata lo esencial y devuelve dignidad al arte. Hoy, cuando muchos piensan que todo se ha perdido, debemos recordar que la semilla de la cultura verdadera nunca muere, solo espera el momento propicio para florecer de nuevo.

Tal vez estemos viviendo una pesadilla de mal gusto, pero toda noche termina con un amanecer. Y ese amanecer, que ya asoma en la conciencia de muchos dominicanos, traerá consigo una nueva generación de creadores capaces de reconciliar el arte con la esencia. La juventud necesita referentes que los inspiren a crear desde la autenticidad, sin miedo a ser distintos, sin temor a ser profundos.

Porque la República Dominicana no está perdida. Está en pausa. En silencio. Observando, resistiendo, acumulando energía para su próximo gran despertar cultural. Y cuando ese despertar llegue –como llega siempre el canto del gallo tras la oscuridad–, recordaremos que no fue en vano tanto ruido, tanto vacío, tanta confusión. Todo fue parte del proceso natural de una nación que busca reencontrarse con su alma.

La esperanza está aquí, entre nosotros, en cada verso, en cada compás, en cada dominicano que todavía cree en la belleza, en la decencia y en la palabra.

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