17/11/2025
Entre Cultura y Nación

Remanentes de nuestra cultura: los refranes de antaño

En los patios y galerías de antaño, cuando las familias se reunían a conversar al caer la tarde, la enseñanza venía envuelta en frases breves. Los refranes eran el libro invisible de los abuelos, un compendio de sabiduría popular que enseñaba valores, humor y prudencia. Hoy, en medio del ruido digital, muchas de esas voces han quedado en el olvido.

En la República Dominicana, los refranes fueron durante siglos una herramienta viva de transmisión cultural. No eran simples dichos: eran formas de pensar y de educar, parte esencial del lenguaje con que los mayores formaban a los más jóvenes. «El que da lo que tiene, a pedir se queda», decía la abuela, con tono de advertencia, cuando alguien mostraba exceso de generosidad. «El que no oye consejo, no llega a viejo», completaba el abuelo, dejando claro que la experiencia merecía respeto.

Cada frase era una lección envuelta en humor o picardía. En los campos y barrios hablar con refranes era casi un arte. En una conversación podían entrelazarse varios, como si se tratara de versos improvisados. Aquellas expresiones guardaban la visión del mundo de nuestros mayores: su sentido del trabajo, su fe, su prudencia y su ironía frente a la vida.

Hoy, sin embargo, esa herencia parece diluirse. Las nuevas generaciones, más acostumbradas al lenguaje rápido de las redes sociales, ya no escuchan ni repiten los refranes. Muchos no los entienden, y otros los ven como cosas del pasado. En ese silencio cotidiano se esconde un problema mayor: la pérdida de nuestra memoria cultural, la desconexión con una tradición oral que moldeó el carácter dominicano.

Los refranes son, en realidad, pequeñas cápsulas de historia. En ellos está el eco de la vida rural, de la economía doméstica, de la sabiduría práctica que surgía del trabajo, la observación y la convivencia. Algunos siguen vigentes, como «camarón que se duerme, se lo lleva la corriente», o «dime con quién andas y te diré quién eres». Pero hay muchos otros, menos conocidos, que merecen ser recordados:

«A cada puerco le llega su sábado», que recuerda que todo acto tiene su consecuencia.
«El puerco no se afeita porque no tiene espejo», una lección sobre la autocrítica.
«Cuando el río suena, piedras trae», advertencia sobre los rumores fundados.
«Gallina vieja da buen caldo», defensa de la experiencia frente a la juventud impetuosa.
«El que tiene tienda, que la atienda», consejo sobre la responsabilidad.
«Perro que ladra no muerde», para señalar la diferencia entre hablar y actuar.
«No es lo mismo llamar al diablo que verlo venir», recordando que la teoría y la realidad no siempre se parecen.

Cada uno encierra una enseñanza, un gesto del ingenio popular que retrata al pueblo: su humor, su picardía, su manera de convertir la experiencia en consejo. Muchos de estos refranes nacieron del campo, de la observación de los animales, el clima o las faenas del día. Otros surgieron en los barrios, entre colmados y esquinas, como respuesta a los desafíos de la vida urbana.

Pero más allá del contexto, todos comparten un mismo propósito: enseñar a vivir con sabiduría. Y esa función pedagógica hace que los refranes sean parte de nuestro patrimonio inmaterial, tan valioso como una canción, una danza o un plato típico.

Rescatarlos no es un acto de nostalgia, sino de identidad. Es volver a reconocernos en la voz de quienes hablaron antes que nosotros. En las escuelas, los talleres comunitarios y los proyectos culturales, los refranes pueden ser herramientas para despertar memoria y sentido de pertenencia.

Porque un pueblo que olvida su sabiduría popular corre el riesgo de perder su raíz.

Nuestros abuelos hablaban con refranes porque sabían que en pocas palabras se puede decir mucho. Y tal vez, entre el ruido de la modernidad, sea hora de volver a escucharlos. Como dice uno de los más antiguos refranes dominicanos: «El pueblo que no recuerda su pasado, camina sin sombra bajo el sol del olvido».

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