04/09/2025
Notas al Vuelo

No todo se resuelve hoy

La vida en los veinte suele sentirse como un torbellino. Nos encontramos en una etapa en la que los cambios son constantes: elegimos una carrera, luego dudamos de ella; trazamos un plan de vida, y al poco tiempo queremos cambiarlo; nos comparamos con los demás, sentimos que llegamos tarde o que nunca es suficiente. Es la década de las crisis de identidad, de los giros inesperados y de esa sensación de estar corriendo sin saber muy bien hacia dónde. Y, en medio de todo eso, aparece la ansiedad, como una voz insistente que repite que tenemos que resolverlo todo de inmediato.

Pero la realidad es otra: no todo se resuelve hoy. Esta frase, tan simple y tan contundente, debería convertirse en un recordatorio constante. Vivimos en una sociedad que nos ha hecho creer que el éxito es inmediato, que las metas deben cumplirse rápido y que los logros valen menos si no se comparten en el mismo instante en que suceden. Sin embargo, lo esencial (la construcción de una identidad sólida, el descubrimiento de un propósito, el aprendizaje de la paciencia) no ocurre de un día para otro. Requiere tiempo, ensayo y error, caídas y levantadas.

Cuando olvidamos esto, caemos en la trampa de la comparación. Miramos alrededor y vemos a quienes parecen avanzar más rápido: amigos que ya tienen un empleo estable, compañeros que han emprendido negocios exitosos, conocidos que muestran en redes sociales la vida “perfecta”. Y mientras tanto, nosotros nos sentimos perdidos, atrapados en un laberinto de dudas. Lo que olvidamos es que cada camino tiene su propio ritmo y que la prisa, lejos de acercarnos a la plenitud, suele robarnos la paz.

Interiorizar la expresión no todo se resuelve hoy no es resignarse, es aprender a vivir con perspectiva. Es entender que hay procesos que necesitan maduración, que los frutos llegan cuando es su temporada, no cuando los forzamos. Es aceptar que el crecimiento personal y profesional se cocina a fuego lento, y que el valor está en el trayecto, no solo en la meta. Repetirla como mantra puede convertirse en un ejercicio de sanidad mental: recordarnos que lo que hoy nos preocupa no define todo nuestro futuro, que lo que hoy no entendemos mañana tendrá sentido.

Meditar esta idea es un acto de humildad con nosotros mismos. Es dejar de exigirle al presente resultados inmediatos y permitir que cada día cumpla su propósito. Significa soltar el control obsesivo, reconocer que la incertidumbre también tiene un lugar en nuestra historia y confiar en que la vida, poco a poco, se organiza. Cuando aprendemos a aceptarlo, dejamos de sentirnos en deuda con el tiempo y empezamos a vivir con mayor objetividad y plenitud.

Porque crecer no es resolverlo todo de una vez, crecer es aprender a sostenerse en medio de la espera. Y quizás la mayor lección de los veinte sea esta: que lo que hoy parece urgente mañana se convierte en aprendizaje, y que la verdadera fortaleza está en saber recordarnos, una y otra vez,  que no todo se resuelve hoy.

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