24/10/2025
Crónicas del Alma

“No creo en la psicología”: el mecanismo de defensa que más ayuda necesita

«Yo no creo en los psicólogos.» Esta frase, cada vez menos común pero aún presente, suele aparecer envuelta en un tono de autosuficiencia, escepticismo o incluso desdén. Lo curioso es que, en mi experiencia en el consultorio, muchas de las personas que sostienen este discurso son precisamente quienes más se beneficiarían de una intervención psicológica profunda. No por debilidad, sino por la carga emocional que arrastran sin reconocerla.

Negar el valor de la psicología no es simplemente una opinión más; en muchos casos, es un síntoma. Una señal de alerta de que existe una desconexión con el propio mundo emocional o una resistencia al autoconocimiento. La negación, en términos terapéuticos, es un mecanismo de defensa que el ser humano activa para protegerse de aquello que no está preparado para enfrentar. En este caso, la sola idea de explorar el mundo interno genera incomodidad… o miedo.

Muchas personas, especialmente aquellas que han crecido en entornos donde “sentir” era sinónimo de debilidad o donde “hablar de los problemas” era algo vergonzoso, desarrollan una coraza emocional. Aprenden a funcionar en piloto automático, desconectados de su dolor. Estas personas a menudo ridiculizan la psicología, no porque no tenga valor, sino porque reconocerlo implicaría mirar lo que han evitado durante años.

Hay un componente cultural y generacional que también pesa. Durante décadas, la salud mental fue un tema tabú. Se consideraba que ir al psicólogo era “para locos”, una expresión que aún escuchamos, lamentablemente, en ciertos círculos. Sin embargo, hoy sabemos que cuidar la salud mental es tan esencial como hacerse un chequeo médico. Las emociones no tratadas no desaparecen: se transforman en ansiedad, somatizaciones, relaciones tóxicas o conductas compulsivas.

Desde la neurociencia y la medicina integrativa, cada vez hay más consenso en que los estados emocionales crónicos afectan directamente al cuerpo. El estrés sostenido, la tristeza no elaborada o el resentimiento reprimido alteran procesos hormonales, inmunológicos y cardiovasculares. Por eso, acompañar la salud emocional no es un lujo, es prevención. Negarlo es quedarse en la superficie mientras el malestar avanza por dentro.

En consulta he visto cómo, tras atravesar crisis vitales —una pérdida, una ruptura, un diagnóstico médico— muchas de estas personas terminan reconociendo que la resistencia inicial no era más que miedo. Y cuando se atreven a atravesarlo, descubren que el trabajo psicológico no es debilidad, sino valentía. Que hablar de uno mismo no es egocentrismo, sino un acto de responsabilidad.

Uno de los puntos que más se repite en estos procesos es la sorpresa: “Si hubiera sabido antes que esto era así…”. Lo que encuentran no es una teoría ni una “charla motivacional”, sino un espacio de escucha, de orden y de conexión. Un lugar donde, por primera vez, se sienten vistos y comprendidos sin juicios.

Negarse a la psicología no es sinónimo de estar bien. Muchas veces, es una forma de sostener una fachada de control que se cae en la intimidad. Las personas que más critican la introspección suelen ser las que más temen lo que encontrarán dentro. Y en eso no hay culpa, solo humanidad. Pero también hay una invitación: la de revisar qué hay debajo de ese rechazo.

La psicología no impone verdades, no fabrica soluciones rápidas. Acompaña, cuestiona, ordena y ofrece herramientas. Creer en ella no es cuestión de fe, sino de experiencia. Y muchas veces, basta con atreverse a dar el primer paso para comprobar que detrás del escepticismo… había necesidad. Quizás, después de todo, quien dice “yo no creo en eso” está pidiendo ayuda sin saber cómo. Y quizá, escuchar eso sin juzgar, sea el primer acto terapéutico.

¿Y si la verdadera fortaleza estuviera en atreverse a mirar hacia adentro?

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