26/06/2025
Crónicas de Poder

Más verde por densidad

El crecimiento vertical en el Gran Santo Domingo nos enfrenta a desafíos cada vez más urgentes. Uno de los más visibles y preocupantes es la pérdida del verde, ese elemento que muchas veces se considera decorativo, pero que en realidad es vital para la vida urbana. En la última década, la cobertura vegetal se ha reducido de forma alarmante, y no por azar: lo que antes eran espacios con árboles, patios respirables o áreas baldías que refrescaban el entorno, hoy son estructuras de concreto, parqueos o torres que suben como si el suelo no tuviera memoria.

Esta transformación no ha sido guiada por una visión sostenible, sino por la lógica fría del mercado. Se ha priorizado la rentabilidad por encima de la habitabilidad, la altura en lugar del equilibrio, el cemento en detrimento de la vida. El resultado es una ciudad cada vez más dura, más caliente, más agresiva con su gente. Con cada árbol talado y cada metro cuadrado pavimentado, perdemos sombra, capacidad de absorción, biodiversidad, y una parte del alma que alguna vez tuvo esta ciudad.

Frente a esta realidad, y sabiendo que detener el desarrollo urbano es una ilusión, las autoridades y la sociedad debemos apostar por soluciones creativas pero firmes. No podemos seguir actuando como si esto fuera normal. Es hora de asumir nuestra responsabilidad y replantear hacia dónde vamos.

Una idea que puede parecer simple, pero encierra mucha sensatez, es la de intercambiar densidad por verde. Si se permite construir hacia arriba, debe exigirse que se compense hacia abajo. Cada metro cuadrado de altura debe tener su equivalente en áreas verdes útiles, reales y accesibles. Y no hablamos de poner dos matas en una jardinera; hablamos de árboles, de sombra, de oxígeno, de suelo vivo.

Pero esta visión debe ser parte de un plan integral. No puede ser un gesto simbólico o una medida suelta. Tiene que ir de la mano con un rediseño profundo del modelo de ciudad: drenaje pluvial funcional, espacios públicos verdaderamente pensados para la gente, movilidad sostenible, normas claras y autoridad que haga cumplir. Lo que necesitamos es una nueva forma de pensar y construir la ciudad, una que priorice el bienestar colectivo y no solo la rentabilidad inmediata.

Otra decisión que ya no admite excusas es la compra de solares. Incorporar terrenos, por costosos que sean, a la red de espacios públicos debe ser una prioridad. Si el sector privado quiere seguir construyendo, debe entender que el verde es parte del costo. Y el Estado tiene que asumir que proteger el suelo no es un lujo, es una obligación. Si no se conserva lo poco que queda, hay que crear nuevo verde donde sea posible.

Hemos llegado a un punto donde la única forma de evitar que la ciudad se vuelva completamente hostil es intervenir con decisión. No se trata de frenar el crecimiento, sino de equilibrarlo. No estamos hablando únicamente de mejorar el paisaje urbano: lo que está en juego es la salud de la gente, la seguridad de los barrios, la posibilidad de tener una ciudad habitable en el futuro.

Porque construir sin pensar en lo que estamos destruyendo es una forma silenciosa de condenarnos. Y crecer sin reparar lo que dejamos atrás nos convierte en cómplices de una ciudad que pierde su esencia. El verde no es un adorno ni una moda. Es una deuda. Y como toda deuda que se ignora, termina por pasarnos una factura impagable.

Aún estamos a tiempo. Pero cada día que pasa, el cemento gana un poco más.

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