15/08/2025
Crónicas del Alma

La voz interior: el poder de cómo nos hablamos a nosotros mismos

En el trajín diario, en medio de las prisas, los compromisos y las redes sociales que dictan qué deberíamos ser, hay una voz que rara vez calla: la nuestra. Esa conversación interna que mantenemos con nosotros mismos no es un simple murmullo mental; tiene un impacto directo sobre nuestro bienestar, nuestra salud e incluso nuestro destino. ¿Cómo nos hablamos cuando cometemos un error? ¿Qué palabras nos decimos al mirarnos al espejo o al afrontar un reto?

En mi experiencia en el consultorio, he comprobado que la forma en la que nos hablamos puede ser más determinante que las propias circunstancias. No exagero al decir que hay consultantes que llegan agotados, no por lo que les ha pasado, sino por cómo se lo han contado a sí mismos. Y es que el cerebro no distingue entre una amenaza real y una amenaza imaginaria cuando el lenguaje interno que usamos es hostil, crítico o catastrófico.

La ciencia lo respalda: nuestras palabras no solo construyen pensamientos, también modelan la química del cuerpo. Cuando nos hablamos desde el miedo, el juicio o el desprecio, se activan circuitos de estrés que aumentan la producción de cortisol, la hormona del estrés. Esta, mantenida en niveles elevados, interfiere con el sueño, debilita el sistema inmune y sabotea la memoria y la concentración. En cambio, un diálogo interno amable y esperanzador activa áreas cerebrales vinculadas con la creatividad, la motivación y la resiliencia.

Hay estudios que muestran cómo una persona que se enfrenta a un reto diciéndose “soy capaz, esto me hará más fuerte” genera cambios neurobiológicos similares a los que ocurren en un entorno emocionalmente seguro. No se trata de repetir frases vacías, sino de elegir conscientemente palabras que fomenten la confianza, incluso cuando nos enfrentamos a nuestros límites.

Como bien se ha observado en múltiples contextos clínicos, “no somos lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con lo que nos ocurre”. Y en ese «hacer», el lenguaje que empleamos es determinante. Por eso es tan peligrosa la autocrítica constante, ese monólogo de autoexigencia que rara vez se detiene y que muchos confunden con motivación. Una cosa es aspirar a mejorar, y otra muy distinta, descalificarse de manera permanente.

Una consultante me decía: “Nunca estoy a la altura, siempre me comparo con los demás y salgo perdiendo”. Esa frase, repetida cada mañana frente al espejo o al terminar la jornada, tiene efectos devastadores. En su caso, los síntomas de ansiedad y bloqueo no mejoraban con medicación ni con cambios externos. Solo empezaron a remitir cuando trabajamos su diálogo interior, cuando empezó a hablarse como le hablaría a una amiga que quiere y admira.

La neurociencia actual ha demostrado que el lenguaje puede esculpir el cerebro. A través de la neuroplasticidad, cada pensamiento repetido va creando conexiones neuronales que se refuerzan con el uso. Es como si cada palabra fuera una semilla. Si sembramos miedo, crecerá ansiedad. Si sembramos esperanza, brotará calma. Y eso no es poesía: es biología.

Muchas personas creen que cambiar la forma de hablarse a sí mismas es una ingenuidad o una pérdida de tiempo. Sin embargo, en la práctica clínica, he visto que no hay nada más transformador que pasar del “no puedo” al “voy a intentarlo”. Esa pequeña modificación abre un puente donde antes solo había muros.

La clave está en ser conscientes de cómo nos hablamos y darnos el permiso de cambiar ese lenguaje. No se trata de negar las dificultades, sino de acompañarnos a través de ellas con una voz que no nos empuje al abismo, sino que nos tienda la mano.

Quizás ha llegado el momento de prestar atención a esa conversación íntima que mantenemos con nosotros mismos. Porque al final del día, esa voz interna será la que decida si nos levantamos con esperanza o nos hundimos en el miedo. Y como ocurre tantas veces en terapia, cuando uno empieza a hablarse con respeto, compasión y valentía, el mundo entero parece cambiar… aunque el mundo siga siendo el mismo.

¿Te has detenido hoy a escuchar cómo te hablas?

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