Disculpen que vuelva a abordar este tema pero siento que, en el ritmo acelerado en el que vivimos, es fácil olvidar que no somos máquinas, que el cuerpo y la mente necesitan pausas, y que el alma también pide su espacio. Vivimos tan pendientes de cumplir con expectativas, de responder mensajes, de no quedar mal, de llegar a tiempo, de producir sin parar… que a veces lo más revolucionario es detenerse.
Tomarse un tiempo de respiro para uno mismo no es un lujo, es una necesidad vital. Ese momento en el que decidimos apagar las notificaciones, dejar que la taza de café se enfríe a su propio ritmo y simplemente respirar, no es tiempo perdido: es tiempo invertido en volver a nosotros. Porque, si somos honestos, ¿cuántas veces hemos estado presentes físicamente, pero ausentes en todo lo demás?
Hay una romantización peligrosa de la “productividad” que nos hace sentir culpables si no estamos en constante movimiento. Como si descansar fuera una debilidad. Como si darnos un día para no hacer nada significara que no tenemos ambiciones. Y, sin embargo, la pausa es lo que nos permite seguir. La pausa nos recarga, nos reorganiza las ideas, nos devuelve la claridad que la prisa nos roba.
Tomarse un tiempo para uno mismo puede significar muchas cosas: para algunos, es un viaje sin agenda; para otros, un paseo a pie por la ciudad sin mirar el reloj; para algunos más, quedarse en casa con un libro, una película o el simple silencio. No importa la forma, importa la intención: regalarse un momento en el que no haya exigencias externas. Un instante que nos recuerde que no solo existimos para responder a lo que otros esperan de nosotros.
La sociedad nos empuja a vivir hacia afuera, a mostrarnos siempre ocupados, siempre “haciendo”. Pero la vida interior también necesita su espacio. Cuando nos damos ese respiro, empezamos a escuchar lo que realmente sentimos, lo que queremos, lo que necesitamos soltar. A veces, ese tiempo de descanso es la diferencia entre reaccionar impulsivamente y responder con calma, entre sentirnos desbordados o sentir que tenemos el control.
Y no, no siempre es fácil encontrar ese tiempo. Siempre habrá una lista interminable de pendientes, siempre habrá algo “más importante” que hacer. Por eso, más que encontrar el tiempo, hay que crearlo. Bloquearlo en la agenda como se bloquea una reunión, y defenderlo como si fuera sagrado, porque lo es. Es el espacio donde recuperamos la energía para poder dar lo mejor de nosotros después.
En un mundo que nos aplaude por no parar, detenerse es un acto de valentía. Es reconocer que merecemos cuidarnos, que merecemos un momento sin exigencias, que el descanso también forma parte del éxito. Al final, lo que nos sostiene no es cuánto logramos en un día, sino cómo nos sentimos con nosotros mismos mientras lo logramos.
Así que, si hoy puedes, date permiso. Respira. Cierra los ojos. Desconéctate un momento. El mundo puede esperar; tú, no.
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