El paradigma de las llamadas “visitas sorpresa”, que arrancó emotivos aplausos a favor del presidente Danilo Medina en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) debería ser extendido también a las instituciones públicas como un mecanismo de examen periódico del desempeño de los funcionarios.
Como el gobierno celebra –a partir de la presencia “inesperada” del mandatario semanalmente en distintas zonas del país– la creación de 50,000 empleos y la transferrencia de cientos de millones de pesos a tasa de interés bien generosa y tiempo de gracia altamente flexible, es obvio que la práctica ha sido un éxito reflejado también en la popularidad del gobernante.
Medina tiene ahora la oportunidad de añadir valor a su iniciativa, y hasta de vacunarla en forma preventiva contra el aburrimiento de hacer cada semana más de lo mismo, si visitara “por sorpresa” ministerios, direcciones, entidades descentralizadas, autónomas y otras que manejan fondos públicos.
De esa manera podría ver con sus propios ojos la operatividad cotidiana, hablar con la gente que recibe los servicios públicos para determinar el nivel de satisfacción y captar aspectos relevantes de la cultura organizacional, de la cual pueden emanar señales claras sobre la dilapidación o no de los recursos provenientes de nuestros impuestos.
Estas visitas a instituciones públicas alcanzarían una mayor cota de efectividad si fueran acompañadas por “convocatorias sorpresa” al Palacio Nacional que sienten rotativamente a los funcionarios frente al presidente para que rindan cuenta, respondan preguntas y fijen metas a ser evaluadas periódicamente.
Estaríamos ante un modelo de peritaje real del desempeño, que operaría hasta como un sistema de prevención de crisis y de escándalos públicos; haría innecesario cualquier nuevo “shock” presidencial y sería prescindible el circo romano en el que fueron decapitados Hivanjoe Ng Cortiñas, Josefina Pimentel y Freddy Hidalgo.
Con el método, el presidente Medina no sólo consolidaría su popularidad, sino que se proyectaría como gran gerente, una característica tan ausente en quienes han estado al frente de esa enorme empresa que es el Estado.
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