21/07/2025
Crónicas del Alma

Es válido no estar bien

Vivimos en una sociedad donde la exigencia por mantener una imagen de fortaleza, éxito y bienestar constante ha normalizado la represión emocional y ha criminalizado el malestar. Se nos enseña a sonreír, aunque el alma se resquebraje, a producir, aunque el cuerpo grite agotamiento, a avanzar, aunque la mente pida una pausa. Sin embargo, una verdad empieza a abrirse paso, con fuerza y sin pedir permiso: es válido no estar bien.

Reconocer el dolor, el cansancio, la tristeza o el miedo como parte legítima de la experiencia humana no es signo de debilidad, sino de valentía emocional. La idea de que solo está permitido mostrarse fuerte, feliz o motivado ha generado un daño profundo en la salud mental colectiva. Se ha instalado la creencia de que estar mal es un fallo personal, cuando en realidad es una señal de que algo necesita ser escuchado, atendido y comprendido.

La presión social por aparentar bienestar constante ha hecho que muchas personas repriman lo que sienten hasta el punto de desconectarse por completo de su mundo emocional. Esto no solo afecta la salud psicológica, sino que, como han demostrado distintos expertos en neurociencia, impacta directamente en el cuerpo. Las emociones que no se expresan se somatizan, y pueden traducirse en insomnio, migrañas, enfermedades digestivas, cardiovasculares o inmunológicas. El cuerpo termina hablando lo que la boca calla.

Aceptar que no siempre se está bien permite detener esa carrera sin fin hacia una perfección inexistente. Nos permite mirar hacia adentro y entender que, a veces, parar es avanzar. Que llorar no es caer, sino limpiar. Que no poder más no es fracasar, sino una señal de que es momento de pedir ayuda. Este cambio de paradigma exige dejar atrás el juicio y abrazar la compasión, tanto hacia uno mismo como hacia los demás.

En mi experiencia, cuando las personas llegan a mi consulta, después de años de resistirse a pedir ayuda, las heridas emocionales están tan arraigadas que el tratamiento requiere mucho más esfuerzo que si hubieran acudido cuando aparecieron los primeros síntomas. Detrás de muchos cuadros de ansiedad, depresión o estrés crónico hay historias de personas que han tratado de cumplir con todas las expectativas sin margen para el error, el descanso o la vulnerabilidad. El modelo del “puedo con todo” ha colapsado. Hoy se impone una mirada más real, más humana: la que entiende que el bienestar no es un estado constante, sino un equilibrio dinámico que admite altibajos, días grises, momentos de duda y etapas de crisis.

Creo firmemente que uno de los factores que más contribuyen al deterioro emocional es la desconexión interior. Hemos sido educados para funcionar, pero no para sentir. Para competir, pero no para comprendernos. Para resolver, pero no para habitar el presente. Y, sin embargo, la clave para sanar muchas veces no está en hacer más, sino en detenerse, respirar y escuchar lo que el cuerpo y el alma intentan decirnos desde hace tiempo.

Una frase repetida en muchos entornos de salud mental resuena con fuerza: «Lo que se resiste, persiste». Pretender que el malestar desaparezca negándolo o distrayéndolo solo lo fortalece. En cambio, cuando se lo mira de frente, se lo valida y se le da un espacio para expresarse, muchas veces pierde intensidad. Porque el dolor no busca destruirnos, busca decirnos algo. Es un mensajero, no un enemigo.

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