23/08/2025
Crónicas del Alma

Cuando la soledad no cura

En un mundo que aplaude la autosuficiencia y promueve la idea de que «uno debe poder solo», hablar de la necesidad de una red de apoyo puede parecer contracultural. Sin embargo, en mi experiencia en el consultorio, he comprobado una y otra vez que, ante una crisis de salud mental, la diferencia entre hundirse y salir a flote no suele estar solo en la medicación o en la terapia, sino en la calidad de los vínculos que rodean al consultante.

La neurociencia emocional ha confirmado algo que desde hace siglos la intuición humana ya sabía: somos seres para-el-encuentro, y el vínculo con otros puede ser terapéutico. Cuando una persona atraviesa un episodio de ansiedad profunda, depresión o un trastorno adaptativo, el cerebro entra en un estado de hipervigilancia y de amenaza constante. El sistema nervioso simpático se activa de forma sostenida, lo que incrementa la secreción de cortisol, disminuye la capacidad de concentración y distorsiona la percepción de la realidad.

En este estado, el aislamiento agrava la situación. El cerebro necesita señales de seguridad para poder autorregularse. Y esas señales no vienen solamente de dentro: también llegan desde fuera, especialmente del entorno emocional. Miradas que no juzgan, abrazos sostenidos, voces que transmiten calma… todo eso tiene un impacto directo en el sistema límbico y puede comenzar a restaurar un equilibrio emocional perdido.

«He aprendido que el dolor psíquico se vuelve más insoportable cuando se vive en soledad», me dijo una consultante joven que atravesaba una depresión severa. Ella había intentado «no molestar» a sus amigos ni a su familia, creyendo que era mejor guardarse el malestar. A otros consultantes les cuesta estructurar su red de apoyo por la simple razón de que necesitan compartir su situación de salud mental y mostrarse vulnerables, acción que resulta muy difícil para la mayoría. No fue hasta que se permitió pedir ayuda, sin adornos ni máscaras, que comenzó su proceso real de recuperación.

Las relaciones humanas, cuando son auténticas y cuidadosas, activan lo que algunos llaman «circuitos de esperanza». Estar acompañado en la oscuridad no elimina el sufrimiento, pero le resta toxicidad. Es como si la presencia del otro contuviera el dolor, le pusiera límites. No por casualidad, las personas con una red afectiva sólida tienen menores niveles de cortisol, mayor respuesta inmunológica y mejor pronóstico ante enfermedades emocionales.

En contextos clínicos he visto que incluso consultantes con cuadros graves mejoran más rápido cuando cuentan con al menos una figura de apoyo estable, empática y disponible. Y no necesariamente se trata de grandes grupos. A veces una sola persona que escuche sin interrumpir, que no intente «arreglar» al otro, sino simplemente estar, puede ser el punto de anclaje para no caer del todo.

El gran error es pensar que una red de apoyo es un lujo emocional. En realidad, es una necesidad biológica. El afecto humano tiene efectos mensurables: baja la presión arterial, mejora la oxigenación cerebral, regula la amígdala, esa estructura del cerebro que interpreta amenazas. Cuando uno se siente comprendido, el cerebro literalmente interpreta que está a salvo. Y esa sensación es el inicio de toda sanación.

Sin embargo, no todas las redes de apoyo son eficaces. A veces, bienintencionadamente, familiares o amigos pueden invalidar el sufrimiento con frases como «pon de tu parte», «no es para tanto» o «tienes que ser fuerte». Estas expresiones, lejos de ayudar, generan vergüenza, culpa y más aislamiento. Por eso, educar al entorno también es parte del proceso terapéutico: enseñar a acompañar sin juzgar, a estar sin invadir, a sostener sin imponer.

Y es que en la salud mental, como en tantas otras cosas importantes, no se trata solo de qué hacemos, sino de con quién lo hacemos. Los vínculos verdaderos tienen el poder de reorganizar el caos interno, como si fueran faros que nos guían cuando todo lo demás se oscurece.

Hoy más que nunca, en una sociedad que sufre una epidemia silenciosa de ansiedad, depresión y fatiga emocional, hablar de redes de apoyo no es un gesto romántico: es una urgencia colectiva. Porque, en el fondo, nadie se cura del todo solo. Y reconocer eso no es debilidad, es una forma profundamente humana de empezar a sanar.

«¿Quién forma parte de tu red? ¿Y de cuántas personas eres tú el refugio sin que lo sepas?»

Comentarios