El Poder que se alcanza por medio del ejercicio político se escribe con mayúscula. La palabra tiene una connotación que muchos no logran asimilarla en la dirección correcta. El cambio que a partir del 1996 empezó a redefinir la figura del servidor público tuvo un impacto que transformó el aparato burocrático de arriba abajo, de un lado al otro. La administración pública es un fin para profesionales que aspiran a un mejor estilo de vida que, quizás en el ejercicio en el sector privado, resulte sumamente difícil de materializar a corto, mediano o largo plazo.
¿Qué supone devengar un salario que sale de nuestros impuestos? En cada Gobierno, aparecen funcionarios que honran ese compromiso. Desde una posición cualquiera, se logra justificar la designación satisfaciendo las necesidades de la ciudadanía con una labor eficiente. Servir (bien) es un arte, que se cultiva como cualquier oficio. Con experiencia ganada trabajando en la administración pública, hay quienes consiguen alcanzar un nivel de indispensable.
Requiere esto un compromiso inquebrantable con la insatisfacción personal, si no se cumple con la expectativa del ciudadano que acude un ministerio, una dirección o alguna otra dependencia como parte de la gestión cotidiana para lo cual está la burocracia estatal. Guy Kawasaki, autor, evangelista y gurú tecnológico, tiene una teoría que define con precisión esta idea: «Ser indispensable en el mundo competitivo actual requiere distinguirse de las grandes masas», reflexiona. Todo esto «implica ser tan vital para la organización o el equipo que cuando esta persona se ausenta se siente significativamente. La base de este estatus sagrado es la voluntad de realizar las tareas que nadie más quiere realizar».
En la ruta para lograrlo, naturalmente, hay que pagar el precio. Como todo en la vida. Es un estatus aspiracional, que se logra con un trabajo tenaz, día tras día, es enfrentarse a la monotonía, con un sentido racional que pueda permitir superar lo ordinario para ascender a lo extraordinario. «Hacer el trabajo que nadie más quiere hacer», sugiere Kawasaki. «Las personas indispensables están dispuestas a hacer el trabajo de mierda que otros no hacen. De hecho, deberías ver el trabajo de mierda como una oportunidad para demostrar lo indispensable que eres. Si todas las tareas fueran unicornios tirando pedos de polvo de hada, todos serían indispensables».
Quienes suelen utilizar los servicios que ofrece el Archivo General de la Nación, dirigido por el historiador Roberto Cassá –a quien la Asociación de Cronistas de Arte reconoció en el 2018 con el Premio al Mérito– experimentan una satisfacción que vale su precio en oro a partir de la excelencia que en este campo ha logrado esta institución. Desde la recepcionista que recibe a cada visitante con una sonrisa, hasta los empleados que como hormigas van de un departamento a otro en busca de las solicitudes de los usuarios.
Probablemente, este nivel de excelencia en el servicio es lo que menos recursos económicos ha requerido la gerencia del AGN para que cada cual ofrezca la mejor cara, el mejor servicio y la ayuda puntual a la ciudadanía. Identificaron habilidades ordinarias y la transfieren a su personal de manera extraordinaria para conseguir este nivel de aprobación de todos. La capacitación es constante, naturalmente, y me imagino que la satisfacción que produce el deber cumplido, también.
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