09/10/2025
Crónicas de Poder

El árbol que nadie cuida

En medio del bullicio de la ciudad, los árboles parecen los últimos testigos de un tiempo en que las urbes respiraban con calma. Los vemos en las avenidas, en los parques y a veces frente a nuestras casas, pero los miramos sin verlos. Han pasado a ser parte del paisaje como si no tuvieran vida propia, olvidados, mal podados o mutilados por el desinterés de quienes deberían protegerlos. Cada tronco descascarado, cada rama rota y cada raíz levantando una acera es la evidencia silenciosa de una ciudad que perdió la sensibilidad ambiental.

Hace unos días cortaron una caoba centenaria en mi calle para darle paso a la construcción de un condominio. La vi caer con la misma impotencia con que se despide un amigo viejo que ya no puede defenderse. Era un árbol majestuoso que daba sombra a toda la cuadra, cobijo a los pájaros y frescura a las tardes. Nadie protestó, nadie detuvo la sierra. Todo ocurrió en silencio, como si la ciudad hubiera aceptado que destruir es parte del progreso. Esa imagen me persigue porque simboliza lo que somos como sociedad, una que se acostumbra a perder lo valioso sin comprender lo que está dejando ir.

El árbol urbano no es un adorno ni un obstáculo para el desarrollo, es un aliado silencioso de la vida. Purifica el aire, regula la temperatura, retiene el polvo, capta carbono y crea sombra en una ciudad que cada día se calienta más. Su presencia reduce el estrés, mejora la salud mental y da identidad a los barrios. Sin embargo, las políticas municipales rara vez le otorgan la importancia que merece. Se siembran miles en campañas mediáticas, pero pocos sobreviven porque nadie planifica su mantenimiento. Plantar no es lo mismo que cuidar.

En muchos municipios no existe un inventario real de árboles ni una estrategia de arborización sostenible. No hay estadísticas sobre cuántos mueren por tala indiscriminada o negligencia. Tampoco hay sanciones efectivas para quienes destruyen o mutilan el arbolado público sin justificación técnica. Las empresas de electricidad y telecomunicaciones cortan ramas a su conveniencia sin supervisión de expertos, dejando cicatrices que enferman los árboles y deterioran el entorno. Las autoridades, por su parte, permanecen indiferentes, limitándose a reforestar con entusiasmo en junio y a olvidar el compromiso el resto del año.

Proteger el arbolado urbano requiere planificación, presupuesto y conciencia ambiental. Las alcaldías deberían contar con departamentos especializados en arborización, con viveros municipales, técnicos forestales y protocolos de manejo. Cada árbol plantado debería ser georreferenciado e identificado para garantizar su monitoreo y cuidado. Además, los proyectos de construcción deberían estar obligados a presentar un plan de compensación ambiental antes de derribar cualquier árbol. No se trata de frenar el desarrollo, sino de hacerlo con sentido común y respeto por la vida.

Las comunidades también tienen un rol que cumplir. Los árboles no pertenecen al ayuntamiento, pertenecen a todos. Adoptar uno frente a la casa, regarlo, protegerlo y denunciar su tala injustificada es un acto de amor hacia la ciudad. En algunos países, los vecinos se organizan para crear brigadas de vigilancia ambiental que monitorean y reportan daños. Aquí, esa práctica podría marcar una diferencia enorme si existiera un sentido colectivo de pertenencia.

Cuidar un árbol es un gesto de responsabilidad cívica, no de romanticismo. Los árboles son más que sombra, son historia viva. En ellos anidan generaciones de recuerdos, juegos de infancia y caminatas de quienes ya no están. Cuando se corta un árbol viejo, se mutila también una parte de la memoria de la ciudad. Cada tronco caído es una página arrancada del libro urbano.

El árbol que nadie cuida nos está esperando. Nos observa desde su silencio, como si supiera que aún no aprendemos a convivir con él. Tal vez todavía estemos a tiempo de escucharlo, de devolverle su lugar en la vida urbana y de entender que cuidar un árbol es también cuidar el alma de la ciudad. Porque una ciudad sin árboles es una ciudad sin sombra, sin historia y sin futuro.

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