02/11/2024
Notas al Vuelo

Crónica de un viaje al límite: reflejo de nuestra crisis social

Martes 22 de octubre, 7:33 AM, estación Gregorio Luperón, línea 1. El día apenas comienza y muchos, con la mejor actitud, se dirigen a sus lugares de trabajo. En teoría, la ciudad cuenta con un sistema de transporte público eficaz y moderno: el Metro de Santo Domingo. Sin embargo, la realidad que enfrentamos los usuarios es completamente diferente.

Lo que me llevó a escribir estas líneas no fue un trayecto placentero ni un servicio eficiente. Fue una combinación de emociones: ira, desesperación, preocupación, miedo y, cómo olvidarlo, el insoportable calor que, incluso en horas tempranas y con amenazas de lluvia, sigue agobiando la ciudad.

El caos empieza desde el acceso a las estaciones. Las interminables filas que se extienden más allá de las aceras plantean una pregunta inevitable: ¿cuántos trenes y vagones más necesita el Metro de Santo Domingo para atender la demanda? Esta situación, que parece ya normalizada, es una muestra de la incapacidad del sistema para responder a las necesidades básicas de sus usuarios.

Pero no solo es el aspecto logístico lo que causa frustración. El trato del personal es igualmente decepcionante. He sido testigo de cómo se cierran las puertas de las estaciones sin una razón clara, dejando a la intemperie a personas mayores, a estudiantes y a personas con capacidades diferenciadas. ¿Qué pasó con la humanidad y la empatía?

Y aun así, este es solo el principio. Una vez dentro de los vagones, el panorama se vuelve aún más desalentador. Empujones, sudor, groserías y un calor sofocante forman parte del «paquete» que los usuarios del metro recibimos a diario. ¿A dónde se fue la cortesía? Las situaciones de incomodidad dan paso rápidamente al descontrol. Los conflictos, insultos y, en ocasiones, la violencia física, se vuelven parte del viaje. El estrés es palpable; los corazones se aceleran y el ambiente se torna denso.

Y como si no fuera suficiente, al llegar al tramo final de la línea 1, la oscuridad toma el vagón. Las luces se apagan, dejando a los pasajeros sumidos en una incertidumbre que resume lo que significa utilizar el metro en Santo Domingo: la sensación de estar a la deriva, sin control sobre cuándo, o si, llegaremos a nuestro destino.

Esta experiencia cotidiana nos lleva a preguntarnos: ¿dónde está la responsabilidad? ¿Dónde está la educación? Los halagos que recibimos de visitantes extranjeros sobre nuestra hospitalidad y alegría parecen desvanecerse cada mañana en el metro. La indiferencia de los jóvenes hacia mujeres embarazadas y personas mayores que solicitan un asiento es solo una muestra más de la erosión de nuestros valores.

El Metro de Santo Domingo, lejos de ser un alivio para el caos urbano, se ha convertido en un reflejo de las carencias y fallas que como sociedad estamos permitiendo. Esta es la crónica de una experiencia repetida, que deja en evidencia no solo un problema de transporte, sino una crisis de humanidad.

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