Las ciudades cambian. Se transforman con el tiempo y van moldeando su identidad de acuerdo con su gente, su cultura y su desarrollo. Algunas nacen con un nombre que las define desde el principio, mientras que otras, con el paso de los años, necesitan una nueva denominación que refleje lo que realmente son y lo que aspiran a ser.
Eso parece estar ocurriendo con Santo Domingo Este, un municipio que, a pesar de su tamaño, su gente y su crecimiento, ha carecido de una identidad propia. Desde su creación, ha vivido bajo la sombra de Santo Domingo, como si fuera solo una extensión de la capital y no un espacio con características particulares. En un territorio donde convergen miles de historias, una infraestructura en expansión y una población en constante crecimiento, mantener un nombre genérico ha sido más una limitación que una fortaleza.
Ante esta realidad, el nuevo nombre Costa del Faro surge como un intento de corregir esa falta de identidad y proyectar el municipio de una manera más definida. Algunos han cuestionado la decisión, y es natural que un cambio de esta magnitud genere resistencia. Sin embargo, al analizarlo con detenimiento, se hace evidente que la idea responde a la necesidad de establecer un concepto claro sobre lo que representa y lo que puede llegar a ser este territorio.
El Faro a Colón es, nos guste o no, el elemento arquitectónico más icónico del municipio. Su presencia marca un punto de referencia, tanto a nivel histórico como turístico. Desde hace décadas, este monumento ha sido un símbolo de la zona, con su estructura imponente y su significado vinculado a la historia del continente. Aunque ha generado debates por su construcción y su utilidad, nadie puede negar que sigue siendo el hito urbano más reconocible de Santo Domingo Este. Incluirlo en el nombre es una decisión lógica dentro del propósito de crear una identidad fuerte y reconocida.

Por otro lado, la palabra «Costa» no está elegida al azar. Aunque muchos no lo perciban de inmediato, Santo Domingo Este tiene una franja costera considerable. Desde la avenida España hasta los alrededores de Boca Chica, el municipio se extiende hacia el mar, con espacios que han sido históricamente subestimados en su potencial turístico y económico. Incorporar este elemento en su identidad permite abrir nuevas oportunidades de desarrollo y promoción.
El nombre Costa del Faro busca anclar al municipio en dos de sus características más representativas: su vínculo con el océano y su relación con uno de los monumentos más importantes del país. Es una apuesta por la diferenciación y por dejar de depender de la imagen de la capital. En el caso de Santo Domingo Este, el nombre original ha sido más una carga que un distintivo. Cuando alguien menciona la ciudad, rara vez la asocia con una imagen clara, con un concepto que la haga única. Se percibe más como un espacio difuso dentro de la gran urbe de Santo Domingo, sin un relato propio. Este cambio de denominación no es una ocurrencia aislada, sino parte de un esfuerzo por darle sentido a un municipio que necesita proyectarse con mayor claridad.
Modificar el nombre de una ciudad no es algo que ocurra de la noche a la mañana. Es un proceso que requiere adaptación, discusión y, sobre todo, tiempo. Sin embargo, cuando se hace bien, con una visión clara de hacia dónde se quiere ir, los resultados pueden ser positivos. Costa del Faro no se impone por capricho, sino porque representa una oportunidad para que Santo Domingo Este deje de ser una sombra y se convierta en un referente con identidad propia.
La costumbre pesa, y toda modificación en la forma en que llamamos a los lugares nos obliga a salir de la inercia. Pero si algo han demostrado los cambios de identidad en otras ciudades es que, cuando una nueva denominación se alinea con la realidad y con el futuro de un territorio, termina por ser aceptada y adoptada por la gente.
El verdadero reto ahora no está en la elección del nombre, sino en lo que se haga con él. Un nombre, por sí solo, no transforma una ciudad ni resuelve sus problemas. Para que Costa del Faro cobre sentido, las autoridades y la comunidad deben trabajar en que esa nueva identidad se traduzca en mejoras reales. Se necesita infraestructura que aproveche la franja costera, una mayor promoción del turismo y una visión urbana que haga del municipio un espacio más organizado y atractivo.
Las grandes ciudades del mundo han logrado construir marcas sólidas porque han sabido vincular su nombre con una visión clara de lo que representan. Santo Domingo Este tiene en sus manos la oportunidad de hacer lo mismo. Este nuevo nombre no pretende borrar el pasado, sino abrir la puerta a una nueva etapa en la vida del municipio, una en la que pueda definirse con mayor precisión y avanzar con un propósito más claro.
Costa del Faro es más que un cambio de palabras. Es una declaración de intenciones, un intento por dar sentido a un municipio que ha estado buscando su identidad durante años. Como con todo cambio, habrá opiniones divididas, pero lo importante es que este sea el primer paso en la construcción de una ciudad con carácter propio, con una imagen clara y con una historia que contar.
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