El cambio fue un sustantivo viral, mágico, pegajoso, el resorte de mucha gente hastiada, con deseos de respirar nuevos aires, de arriesgarse, apostar quizás por lo desconocido dando un voto de confianza, con sus reservas, claro, porque si hay algo seguro es que no fue regalada una patente de corso.
El presidente Luis Abinader aparenta estar muy claro en este aspecto, sabe que el poder obnubila, carcome el raciocinio y zarandea a los débiles de carácter. Ha dicho que el Estado no es un botín y que él es presidente de todos los dominicanos.
A mi juicio, el mensaje debería tener validez tanto para la horda que anda flirteando en las nóminas desde el 7 de julio mirando el sueldo, no la competencia, como para los funcionarios, en cuyas cabezas no debe anidar la idea de que un feudo personal ha sido puesto en sus manos.
Por esa razón, para que el cambio entre al mundo de la concreción y no se quede en un enunciado emotivo, Abinader debe pensar (y también repensar) en la idoneidad de cada perfil asignado al frente de las distintas instituciones.
Importante es también tener en cuenta, respecto a los funcionarios, sus antecedentes, relacionados, el núcleo en que se mueven, el nivel de compromiso con el éxito del gobierno, el grado de ambición y hasta las ansias de pasarelas o el floreteo para hablar, prometer y denunciar.
Pero, más que lo anterior, la rendición de cuentas, la presentación periódica de resultados comprobables, auditados, que muestren un desempeño de calidad, fuera de dudas, es todavía mucho más trascendente, porque va contra la percepción de que los puestos públicos son dación en pago por aportes en campaña de cualquier naturaleza.
No hay que aspirar a la perfección. Sin embargo, la sociedad agradecería que las únicas justificaciones para que los funcionarios permanezcan en sus puestos sean la eficiencia, la administración por resultados, la pulcritud y la transparencia en la gestión de los fondos públicos.
Si el cambio no se asienta en esa plataforma, en poco tiempo estaríamos viendo más de lo mismo y brotaría la decepción.
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