En tiempos donde la memoria histórica suele relegarse al olvido o, peor aún, distorsionarse, el acto celebrado en El Pinar, provincia San José de Ocoa, representa un rayo de dignidad y justicia para una sociedad que aún carga heridas sin sanar. Nombrar el parque municipal con el nombre de Manfredo Casado Villar, a 50 años de su asesinato, es mucho más que una designación simbólica: es un acto de reivindicación y reparación.
Manfredo no fue solo un líder campesino, fue una conciencia viva en medio de un régimen represivo. Su lucha por la justicia social, en una época marcada por el miedo, la persecución y la muerte, lo convirtió en un símbolo de resistencia para quienes, desde las montañas de Ocoa y Constanza, soñaron con un país más justo. Que su legado sea recordado hoy con respeto y admiración por dirigentes políticos, activistas, periodistas, familiares y la comunidad entera, nos habla de una figura cuya estatura moral trasciende las décadas.
El testimonio de Fafa Taveras y otros oradores nos permite entender el temple y la visión de Manfredo. Su origen humilde no fue obstáculo, sino fuerza motora. Con una valentía inquebrantable, enfrentó el autoritarismo balaguerista, que no solo lo asesinó, sino que intentó borrar su nombre del relato nacional.
Pero no pudieron. Gracias a personas como Hansy Acosta, regidora que impulsó esta justa causa, y colectivos como Caracoles, hoy su nombre resuena con fuerza en el corazón de su gente. La presencia de su hija, Elsa María Casado, con palabras cargadas de emoción, cierra un círculo de dignidad y justicia.
Honrar a Manfredo es un deber de la memoria. Porque una nación que olvida a sus mártires repite sus tragedias. Que este parque no sea solo un espacio de esparcimiento, sino un recordatorio permanente de que la libertad y la justicia se conquistan con lucha, coraje y memoria.
Comentarios