23/09/2025
Crónicas del Alma

Adolescentes y padres: cómo transformar el conflicto en conexión

Pocos escenarios generan tanta frustración en las familias como los conflictos entre padres y adolescentes. Gritos, silencios prolongados, reproches cruzados, puertas que se cierran con fuerza. Pero lo que parece una guerra generacional sin solución, en realidad, puede ser una poderosa oportunidad de crecimiento para ambas partes… si se sabe interpretar.

En mi experiencia en el consultorio, una frase se repite con frecuencia: «Ya no lo reconozco», dice la madre. «Solo quiere discutir», afirma el padre. Y al otro lado, un adolescente que grita —muchas veces sin palabras— «mírame, escúchame, necesito que me entiendas».

La adolescencia es una etapa de redefinición. El cerebro, especialmente en zonas como la corteza prefrontal y el sistema límbico, está en plena transformación. Esto explica por qué los adolescentes actúan con intensidad emocional, impulsividad, y una necesidad casi urgente de independencia. El problema surge cuando esta búsqueda natural de autonomía se encuentra con padres que, por miedo o desconocimiento, responden con control, rigidez o juicios.

Una de las claves que se destacan desde la neurociencia emocional es que el adolescente no necesita un «juez» en casa, sino una figura que sirva de espejo, de contención y de guía. «En momentos de tormenta emocional, no sirve que les gritemos desde la orilla. Hay que aprender a bajar al nivel del oleaje, sin perdernos nosotros en el intento», explico a menudo a los padres en consulta.

Es crucial entender que el conflicto no es un error en la crianza, sino una parte inevitable —y necesaria— del desarrollo emocional. El adolescente necesita oponerse, disentir, marcar sus límites. Lo que realmente desgasta la relación no es el desacuerdo, sino la forma en que se maneja. Cuando un padre reacciona desde el miedo («¿y si se descarrila?») o desde el ego («debería respetarme»), entra en una lucha de poder que, como toda lucha de poder, solo deja heridas.

Adolescence. (L to R) Christine Tremarco as Manda Miller, Stephen Graham as Eddie Miller, in Adolescence. Cr. Courtesy of Netflix © 2024

La propuesta no es ceder en todo, ni volverse un padre permisivo. La propuesta es aprender a comunicar con firmeza serena. Hablar sin dramatizar. Escuchar sin interrumpir. Marcar límites con respeto. No se trata de «ganar» la discusión, sino de no perder la relación.

«El cerebro adolescente, aunque en apariencia se cierre, está profundamente necesitado de reconocimiento», señalan estudios recientes. Y esto no significa aprobar cada conducta, sino validar su proceso emocional. Decir «entiendo que te sientas así» no es justificar una falta de respeto, es abrir la puerta al diálogo real.

En consulta, suelo invitar a los padres a reformular sus preguntas. En lugar de «¿por qué eres así?», intentar con «¿qué necesitas de mí en este momento?». Esta pequeña diferencia puede desmontar una discusión antes de que escale. A veces, los adolescentes no saben cómo pedir ayuda, y lo hacen de la única forma que conocen: provocando.

Desde una perspectiva terapéutica, también es fundamental que los padres revisen sus propias heridas. Muchos conflictos con los hijos activan miedos no resueltos, carencias emocionales de la infancia o necesidades de validación proyectadas. Sanar como adultos es una de las mejores formas de acompañar sanamente a un adolescente.

No podemos pedir calma a un hijo si nosotros no sabemos gestionarnos. No podemos exigir confianza si lo que ofrecemos es juicio. Y no podemos esperar respeto cuando lo que damos es indiferencia emocional. El ejemplo, más que el discurso, es el mayor educador.

Los conflictos entre padres y adolescentes no son una amenaza, son un mensaje. Algo en ese vínculo necesita ser ajustado, comprendido o soltado. No siempre será fácil. Pero sí puede ser profundamente transformador.

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