Es casi un lugar común escuchar que la percepción es la realidad. También lo es decir que la mujer del César tiene que aparentarlo. Al formar parte de nuestra cotidianidad, a veces despreciamos la profundidad filosófica de estas expresiones.
Pero, si lo pensamos a fondo, su validez traspasa los tiempos, la historia, las sociedades.
El Gobierno de Luis Abinader ha llegado con una etiqueta exitosamente vendida: el cambio.
Se trata de un mensaje que se pegó en la campaña y que sigue atravesando toda la línea discursiva de la administración.
No tengo dudas de los esfuerzos que hace en particular el presidente Luis Abinader, no solo para fijar esa percepción sino para que la misma tenga el respaldo de la realidad.
No sé hasta qué punto sus funcionarios, colaboradores y correligionarios políticos han asumido la filosofía del cambio.
Las buenas intenciones, la visión personal y el esfuerzo individual desde la Presidencia no son suficientes para impulsar y hacer que el cambio se perciba.
Se requiere que todo el gobierno se ponga en esa misma página, que el compromiso irrenunciable sea hacer las cosas de manera distinta, focalizadas en el bien común y comunicarlas adecuadamente.
Me refiero a una buena comunicación externa (dirigida a toda la sociedad tocando con eficiencia a los distintos públicos) e interna (que logre alinear a los entes del gobierno, porque si los procesos no se comprenden en la casa, reflejarlos hacia afuera puede ser una aventura fallida).
En este esfuerzo, la tolerancia a la crítica es un factor fundamental. Para montar cada vez más gente en el carro del cambio hay que escuchar y enmendar sin rubor ni vacilaciones cuando haya que hacerlo.
El desafío es lograr que todos nos sintamos parte del cambio y responsables de hacer que este ocurra, bajo el entendido de que saldremos beneficiados ampliamente si el enfoque es reforzamiento de la institucionalidad, transparencia, respeto a la ley y sistema de consecuencias.
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