Érase una vez cuando una serie de televisión cultivó una legión de seguidores, marcó niveles de audiencia envidiables, recibió premios, generó mucho dinero, hizo famosos a guionistas, directores, actores, actrices o productores y, como si fuera poco, alcanzaron la categoría de clásicos. Eso no sucede con frecuencia y tampoco garantiza que lo que viene después se repita con aquello que en inglés se conoce como «prequel» o «spin-off» y en español utilizamos el calificativo de precuela.
Una sensación de desconsuelo y lamento la que produce esa serie que nos enganchó cuando transmite su capítulo final. En ese gran público que deja detrás, los estudios y productores independientes buscan el Santo Grial de la televisión con nuevos proyectos que se derivan de historias originales finalizadas.
Con esa esperanza, se estrenó el 8 de febrero del año pasado Better Call Saul, la precuela de la célebre Breaking Bad, protagonizada por Bob Odenkirk, el ocurrente y divertido abogado Jimmy McGill que busca establecer su propia oficina en el Alburquerque de Nuevo México que vio nacer el legendario personaje Walter White interpretado por Bryan Cranston.
Better Call Saul abrió con elegencia en su primera temporada, enganchó con facilidad a muchos de los fanáticos de Breaking Bad y sin duda seguirá por varias temporadas, tras el inicio triunfal de la segunda temporada el pasado lunes 15 de febrero. Los creadores de esta nueva apuesta televisiva, Vince Gilligan y Peter Gould –los mismos de Breaking Bad– vuelven a poner su marca registrada con la selección de un estupendo reparto, guiones muy bien desarrolados y personajes aderezados con la sorna y el humor negro que solo pueden conseguir aquellos con el ojo que sabe separar el grano de la paja.
El primer episodio de la segunda temporada de Better Call Saul recibió comentarios favorables y hay quienes empiezan a ver aquello que les encantó de su antecesora. Hasta este punto, es difícil concluir sobre el futuro artístico de la serie y saber si pudiera superar –creo que sería muy difícil, para no decir imposible– el nivel y la calidad de Breaking Bad. Pero desde aquel entonces, muchos coincidieron en lo genial que estuvo este abogado en la serie original, y hoy podemos disfrutar de esta divertida precuela que llegó con todas las de ganar.
Y si estos son días de gloria para la industria de las series de la pantalla chica, no menos significativo es que los «spin-off» pueden seguir sacando músculo, debido al éxito inusitado de algunas producciones que siguen latentes en la mente del gran público. Otro ejemplo de ello es Fear The Walking Dead, en la que asistimos obnubilados, enfrentando los inicios del fin del mundo, antes del apocalipsis provocado pos los zombies de The Walking Dead.
Las seis entregas que iniciaron el 23 de agosto del 2015 sirvieron para medir la reacción de la gente, un ensayo que dividió a los fanáticos del proyecto original, pero que tuvo el agarre suficiente para poner en marcha la segunda temporada prevista para estrenarse el 10 de abril de este año. Nuevos personajes enriquecen las historias de esta propuesta creada por Dave Erickson y Robert Kirkman, los mismos que idearon The Walking Dead.
Las calles de Chicago volvieron a servir de referencia para Chicago PD, el «spin-off» que se desprendió de «Chicago Fire». La primera debuteo el 8 de enero del 2014 y transmite desde el 6 de enero de este año la segunda parte de su tercera temporada. Protagonizada por Jason Beghe, Jon Seda, Sophia Bush, Jesse Lee Soffer y Patrick John Flueger, con sus entretenidos capítulos sobre la lucha del bien y el mal y el rol de la policía uniformada (y su unidad de inteligencia) que debe enfrentarse a hechos insólitos que desafían sus capacidades investigativas.
La serie original, Chicago Fire, navega entre el drama y la acción que pone en primer plano las historias personales y profesionales de los bomberos de la referida ciudad, con las interpretaciones estelares de Jesse Spencer, Taylor Kinney, Monica Raymund, Juri Sardarov, Eamonn Walker y Christian Stolte.
Las precuelas empiezan a tener personalidad propia, aún cuando se desprenden de historias conocidas y teniendo de frente el gran reto de superar –aunque sea a medias– el éxito de sus predecesoras. Es un recurso que gana terreno en la industria cinematográfica, que no pierde oportunidad cuando se trata de mantener cautivo a quienes se rindieron ante aquellas series que hoy pueden ser consideradas de culto.
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