Esta semana fue el New York Times el que anunció que en los próximos días eliminará 100 puestos de trabajo en su sala de redacción. El mes pasado fue el prestigioso centro de investigación PEW el que dio a conocer cómo los profesionales del periodismo en Estados Unidos se han ido refugiando o escapando al campo de las relaciones públicas.
En los últimos 10 años, dice la investigación del PEW, la cantidad de reporteros ha decrecido 17%, mientras que el número de relacionistas ha crecido en 22%.
Pienso que quienes han sido conquistados por el campo de relaciones públicas han de ser, ordinariamente, los mejores profesionales de la comunicación, pues cada vez la brecha salarial se inclina espectacularmente a favor de los relacionistas.
La diferencia salarial a favor de los relacionistas, en comparación con los reporteros, se ha ampliado en la última década a casi US$20,000 al año, por lo que no debía ser sorpresa que los relacionistas superen a los periodistas en una proporción de 5 a 1. Es decir, por cada periodista que trabaja en una sala de redacción a tiempo completo hay cinco profesionales de la comunicación institucional trabajando a tiempo completo en instituciones privadas, instituciones gubernamentales o firmas de relaciones públicas.
Estas brechas, en cuanto a número de profesionales y en cuanto salarios, afectan la calidad de la información que se ofrece al público, pues como todos sabemos, quienes trabajamos en el campo de la comunicación institucional solemos hacer un ejercicio al servicio del poder. En cambio, la labor del periodista se concibe, por lo menos en un plano ideal, como el de un vigilante de los excesos del poder.
En un mundo de baja confianza en las élites empresariales y políticas, como el que vivimos, el deterioro de la calidad del periodismo es sinónimo de deterioro de la calidad de la democracia y deterioro de la calidad del mercado. Dicho de otra forma, quedamos más indefensos como ciudadanos y como consumidores.
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