03/07/2025
Notas al Vuelo

Vivir solo, vivirse a uno mismo: la decisión de volver a ti

“Vivir solo” es, la verdad, una frase que más que definir una situación, despierta una cadena de pensamientos que aparecen en momentos muy específicos, como si el alma recordara que necesita su espacio. En mí, esa idea provoca placer, aspiraciones de autoestima elevada y expectativas de grandeza y amor propio. Pero no todo es lírico: también despierta miedo. El miedo a no ser capaz de ser completamente independiente, a no saber sostenerme sin el andamiaje emocional de lo conocido y de los otros. El miedo a llegar a casa y que el silencio pese más que la tranquilidad. El miedo a que la libertad se sienta, al principio, como vacío.

Aun así, he entendido que el miedo no es el enemigo, sino una señal. Un impulso que empuja hacia adelante cuando se quiere crecer de verdad. Porque vivir solo, más allá de una decisión práctica o una necesidad, es también una postura frente a la vida. Una apuesta por la plenitud, la tranquilidad y el encuentro íntimo con uno mismo. Es, quizás, una de las formas más valientes de aprender a amarse sin testigos, de cuidarse sin instrucciones, de acompañarse sin reservas.

Y no, no se trata de rechazar lo que nos rodea. No se trata de cortar vínculos o levantar muros y aislarse. Vivir solo ,al menos como lo pienso, es aprender a no depender del aplauso, la presencia o el permiso de otros para sentirnos completos y plenos. Es disfrutar de una taza de café sin compañía, celebrar una meta alcanzada sin testigos, o llorar en silencio sin sentirnos solos. Es, a mi entender, tener la certeza de que la plenitud no siempre viene desde fuera, sino que brota desde adentro cuando nos damos espacio para habitarnos y acompañarnos de verdad.

Hay una magia inexplicable en descubrir esto. Una claridad que se aleja del egoísmo y se acerca, más bien, a la tan mencionada , y tantas veces exigida en tiempos modernos, madurez emocional. Vivir solo es darse el permiso de respirar, de pensar, de escucharnos sin ruido. Es la posibilidad de escribir nuestros propios ritmos, y a veces incluso, perdernos en ellos para encontrarnos de nuevo.

Es reconocer que, aunque compartamos el mundo, cada quien gira en su propio eje, y eso no nos hace menos importantes ni más distantes. No se trata de cerrarle la puerta al mundo, sino de abrirla hacia dentro. Descubrir que el amor, la alegría y la plenitud que tanto buscamos en el exterior, ya habitan en nuestro interior. Porque al final de todo, no existe mejor autoregalo que convertirnos en nuestros propios compañeros de vida. En entender que tu esencia, cuando se honra, basta, florece… y se queda.

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