La difusión del thriller un miércoles –y no un lunes como de costumbre– tuvo la dimensión de un petardo estremecedor que hizo añicos su tranquilidad. Quizás nunca pensaron que, traspasando el manto de impunidad que los cubre, el artefacto explosivo de una investigación periodística –que no fue un simple Excel– le caería en los pies.
Desde esa noche aciaga –con la voz de Alicia desplazándose cual cuchilla filosa en una piel sin anestesia– “Boticario” perdió el apetito, apenas articula palabras con sus cercanos, vive en depresión y consume montones de pastillas para dormir.
“Casa 1” y “Casa 2” –gemelos delincuenciales– dejaron de andar juntos para que la fértil imaginación de la gente no los relacione. El primero vive en el excusado con un fluido intestinal indetenible y el segundo es víctima de una cefalea intermitente y vómitos frecuentes.
“Chacabana” es zarandeado por un delirio de persecución y aunque se despojó de esa prenda de vestir (literalmente reunió la colección de camisas tropicales y le prendió fuego), siente a su paso un ramal de miradas acusadoras que caen como plomo sobre su espalda.
Chaplin, que antes dormía plácidamente hasta las 7:00 de la mañana, ahora sufre trastornos del sueño. Entre sobresaltos se tira de la cama, revisa las redes sociales, el whatsapp, las alertas de google, corre hacia la puerta a ver si llegó el periódico y, a pesar de la jarra de té de tilo que siempre le acompaña, no deja de ser un manojo de nervios.
Determinante y drástico –como siempre ha sido– Garcia Careca tomó la radicial decisión de no exponerse a medios. No se entera de las noticias por ninguna vía y en su submundo de ansiedades pasa la mayor parte de su tiempo en un avión, buscando refugio en el aire, más allá de las nubes.
León Arabe, Comissão, Contador, el Alemán, Ingeniero, la Madame y Tigres han dejado de reunirse para hablar de vinos, hacer maridajes y delinear oportunidades de negocios con ese espectacular colchón de liquidez que los respalda. La desconfianza, como una lluvia ácida, cae a raudales y no los codinome encuentran paraguas.
Cada uno piensa que el otro se mueve hacia la traición y que prepara su plan para no joderse solo. En verdad, la cárcel es mejor en grupo por aquello de las dinámicas de solidaridad, compañía, consuelo y el dominó en pantalones cortos que te lleva a preguntarte: ¿Valió la pena, coño?
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