Las alfombras rojas suelen ser el epicentro de los destellos, las lentejuelas, las apuestas arriesgadas o conservadoras de moda, y los titulares inmediatos que catalogan looks como “los mejores” o “los peores de la noche”. Pero la de los Premios Mujeres que Inspiran no fue una alfombra convencional. No desfiló allí la vanidad, sino la intención. No hubo competencia de brillos, sino sinergia de mensajes. Lo que se vio este 23 de julio fue una muestra poderosa de cómo la moda puede ser un canal para contar quiénes somos, de dónde venimos y por qué estamos hoy donde estamos.
Desde que se anunció el evento, quedó claro que se trataba de una gala diferente: un espacio pensado para visibilizar, reconocer y celebrar el impacto real de las mujeres dominicanas en distintas áreas de la sociedad. Pero lo que quizás no todos esperaban era que ese mismo espíritu se tradujera con tanta coherencia en la forma de vestir de las protagonistas. Mujeres de distintas edades, profesiones y recorridos vitales se dieron cita con un solo propósito: inspirar. Y lo hicieron no solo desde el discurso, sino desde cada detalle de su imagen.
No fue casualidad. Muchas de las asistentes, nominadas o figuras clave de la noche, compartieron que el proceso de preparación para esta alfombra incluyó un componente emocional, reflexivo. Pensaron no solo en cómo querían verse, sino en qué querían comunicar. En cómo su ropa podía hablar por ellas antes de siquiera pronunciar palabra. En cómo traducir una historia de superación, de lucha, de reinvención, en una silueta, un color, un escote, una tela.
Una de las presencias más comentadas fue la de la doctora Liddy Kiaty Figueroa, reconocida como Mujer Líder del Año. Su vestido sobrio, elegante y sereno contrastaba con la contundencia de su trayectoria como médica, autora, docente y pionera en la implementación de estructuras de telemedicina en comunidades rurales. No necesitó lentejuelas para deslumbrar. Su sola presencia, respaldada por el simbolismo de su elección estética, hablaba de la ciencia, el compromiso y la cercanía. Y ese equilibrio entre forma y fondo fue una constante en toda la gala.
También fue el caso de figuras del arte y la cultura, como la cantautora Sabrina Estepan, quien además de interpretar un tema que estremeció al público junto a Yoha Amparo, apareció con un estilismo alineado con su sensibilidad musical: etéreo, emotivo, elegante sin exceso. Sabrina no se vistió para brillar por fuera, sino para hacer eco de lo que transmite desde el alma. La conexión entre lo que llevaba puesto y lo que ofreció en escena fue tan natural que parecía inevitable.
Lo mismo ocurrió con Luisanna Grullón, joven artista que encarna una nueva generación de mujeres que no temen ser vulnerables, creativas y auténticas. Su look, audaz pero armonioso, la enmarcó como una figura en ascenso que tiene mucho que decir, pero que también entiende el valor de sostener una estética con identidad.
No menos significativa fue la aparición de Emelyn Baldera, CEO y fundadora de la plataforma Mujeres que Inspiran. Su vestido azul aqua fue uno de los más comentados de la noche, no solo por su belleza visual sino por su carga simbólica. El azul, color asociado a la calma, la confianza, la profundidad, fue el tono perfecto para representar a quien ha tenido la visión de crear un espacio de reconocimiento para otras mujeres. La caída impecable del diseño, la sobriedad sin rigidez, y la elección de la joyería, dejaron claro que Emelyn no solo lidera con convicción, sino también con estética emocional.
Muchas de las asistentes aprovecharon la ocasión para rendir homenaje a sus orígenes, a sus raíces familiares, a las mujeres que las precedieron. Algunas optaron por colores intensos como el rojo, el verde esmeralda o el morado, que en muchas culturas evocan poder, transformación y espiritualidad. Otras, en cambio, apostaron por tonos neutros, metálicos suaves o blanco, como señal de renovación o renacimiento.
Lo que ocurrió sobre la alfombra de los Premios Mujeres que Inspiran fue, en muchos sentidos, una inversión de los códigos habituales de este tipo de eventos. Aquí la moda no fue frivolidad ni espectáculo. Fue reflexión, narrativa, y acto de presencia consciente. Las mujeres que caminaron por allí no buscaban likes, buscaban impacto. No pretendían encajar en ningún estándar impuesto, sino ocupar su lugar con dignidad, estilo e identidad.
El resultado fue una noche cargada de emoción, pero también de coherencia visual. La coherencia que se da cuando la ropa que llevas no te disfraza, sino que te refleja. Cuando el vestuario no te aleja de tu historia, sino que la abraza. Y eso se notó. Lo notó el público presente, lo notaron los medios y lo notaron las demás mujeres que, desde sus casas, encontraron en esa alfombra una inspiración más cercana que cualquier pasarela internacional.
Porque, al final, de eso se trataba: de inspirar desde lo que somos, no desde lo que se espera. De mirar al espejo y reconocerse, y luego salir al mundo con esa verdad en alto. Y pocas cosas traducen esa verdad tan bien como la moda cuando se lleva con intención.
Por eso, más allá de las firmas, los nombres de diseñadores o los estilos predominantes, lo que quedará en la memoria de esta alfombra será la honestidad con la que fue transitada. El respeto que cada mujer tuvo hacia sí misma al elegir cómo quería mostrarse. Y el profundo mensaje colectivo que dejó: que las mujeres no solo inspiran por lo que hacen, sino también por cómo lo hacen, cómo lo representan, y cómo deciden narrarse al mundo.
Esta alfombra fue, sin duda, una galería viva de historias vestidas. Y en tiempos donde las imágenes tienden a vaciarse de contenido, eso es una revolución en sí misma.
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