06/07/2025
Editorial

Un plan que nace sin confianza

En los próximos días, el Gobierno comenzará a aplicar una serie de medidas con las que busca reducir el congestionamiento vehicular en el Distrito Nacional. El propósito, sin duda necesario, es combatir uno de los males más persistentes del Gran Santo Domingo: el caos vial. Sin embargo, lejos de generar entusiasmo o respaldo ciudadano, el plan ha sido recibido con creciente escepticismo por parte de la población y con rechazo explícito por sectores políticos y sociales.

A pesar de su promesa de reordenar el tránsito, el paquete de medidas, que incluye restricciones en giros, nuevas rutas para el transporte público, y horarios escalonados en instituciones públicas, carece de elementos esenciales para inspirar confianza. No se han difundido estudios técnicos que respalden su viabilidad, ni se han presentado mecanismos claros para su evaluación. La comunicación gubernamental ha sido débil, sumamente débil y las autoridades han respondido a las críticas con silencio o evasivas. En consecuencia, el plan parece más improvisado que estructural.

Los ciudadanos, principales afectados por el colapso vial, no han sido debidamente informados ni involucrados. Hay que resaltar que muchos desconocen en qué consisten los cambios o cómo impactarán sus rutas cotidianas. Los tapones continúan siendo la norma, y la percepción general es que se trata de una política pública impuesta desde el escritorio, sin contacto con la realidad de las calles. La frustración se refleja en redes sociales, en los medios y en los testimonios de conductores atrapados en horas perdidas que afectan su salud, productividad y calidad de vida.

A ello se suma la crítica política. Partidos como el PLD y la Fuerza del Pueblo han señalado graves omisiones del plan, desde la falta de una política de inspección técnica vehicular hasta el abandono de infraestructuras clave como las terminales de autobuses interurbanos. Expertos independientes han advertido que, sin una expansión seria del transporte público y una reestructuración profunda del modelo urbano, cualquier medida puntual será insostenible.

Una estrategia de movilidad urbana requiere no solo ideas correctas, sino liderazgo técnico, transparencia y confianza ciudadana. Si el Gobierno desea que estas medidas tengan éxito, debe actuar con humildad, abrir espacios de diálogo y corregir el rumbo antes de que la incredulidad se transforme en desobediencia abierta. La ciudad necesita orden, pero también respeto.

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