La cumbre presidencial liderada por el presidente Luis Abinader y que reunió este miércoles en el Ministerio de Defensa a los expresidentes Hipólito Mejía, Leonel Fernández y Danilo Medina, marca un momento sin precedentes en la historia política contemporánea del país. Esta reunión, centrada en la situación migratoria haitiana y su impacto en la soberanía nacional, trasciende la coyuntura política para consolidarse como un símbolo de unidad patriótica frente a un desafío estructural.
En un país donde la polarización política ha sido la norma y donde las diferencias ideológicas han dominado la narrativa pública, ver a cuatro figuras de peso —representantes de partidos rivales con trayectorias marcadamente distintas— sentarse en una misma mesa, envía un mensaje claro: la soberanía nacional está por encima de las diferencias partidarias. Este gesto, más que político, es profundamente institucional.
La creciente inmigración haitiana ha sido durante décadas un tema de debate constante. Las crisis políticas, sociales y económicas en Haití han empujado a miles de sus ciudadanos a buscar refugio en República Dominicana, generando tensiones en los servicios públicos –como es el caso de las parturientas que cruzan la frontera para dar a luz en los hospitales dominicanos–, el mercado laboral y el tejido social. La falta de un Estado funcional en Haití convierte al fenómeno migratorio en un reto complejo que trasciende la buena voluntad o la caridad: es una cuestión de seguridad nacional.
La cumbre simboliza, entonces, un giro discursivo y estratégico. No se trata ya de una postura aislada del gobierno de turno, sino de una posición de Estado. La presencia de los expresidentes legitima una política migratoria más firme, coherente y sostenida en el tiempo, y le otorga respaldo histórico a cualquier acción que se tome en defensa de la integridad territorial y la identidad nacional.
Pero más allá de lo simbólico, la cumbre también lanza una señal al mundo. En una era donde la presión internacional sobre República Dominicana por su política migratoria ha sido intensa, esta unidad interna fortalece la posición nacional en los foros multilaterales. La comunidad internacional debe entender que el país no puede —ni debe— cargar en solitario con las consecuencias de la inestabilidad haitiana. La cooperación regional y el involucramiento de actores globales son imprescindibles.
Sin embargo, es fundamental que esta muestra de unidad no se quede en la foto. Se requiere una política migratoria integral que combine el control de fronteras con el respeto a los derechos humanos, y que incluya mecanismos de registro, repatriación digna y desarrollo fronterizo. También es urgente una estrategia diplomática clara que presione a la comunidad internacional para asumir responsabilidades concretas en la reconstrucción de Haití.
En suma, la cumbre encabezada por Abinader junto a los expresidentes no solo es histórica por su inusual convocatoria, sino por lo que representa: un consenso nacional frente a una crisis persistente. Si se logra traducir en acciones concretas y sostenidas, este encuentro puede marcar un antes y un después en la forma en que República Dominicana gestiona su soberanía frente a los desafíos migratorios del siglo XXI.La cumbre presidencial liderada por el presidente Luis Abinader y que reunió este miércoles en el Ministerio de Defensa a los expresidentes Hipólito Mejía, Leonel Fernández y Danilo Medina, marca un momento sin precedentes en la historia política contemporánea del país. Esta reunión, centrada en la situación migratoria haitiana y su impacto en la soberanía nacional, trasciende la coyuntura política para consolidarse como un símbolo de unidad patriótica frente a un desafío estructural.
En un país donde la polarización política ha sido la norma y donde las diferencias ideológicas han dominado la narrativa pública, ver a cuatro figuras de peso —representantes de partidos rivales con trayectorias marcadamente distintas— sentarse en una misma mesa, envía un mensaje claro: la soberanía nacional está por encima de las diferencias partidarias. Este gesto, más que político, es profundamente institucional.
La creciente inmigración haitiana ha sido durante décadas un tema de debate constante. Las crisis políticas, sociales y económicas en Haití han empujado a miles de sus ciudadanos a buscar refugio en República Dominicana, generando tensiones en los servicios públicos –como es el caso de las parturientas que cruzan la frontera para dar a luz en los hospitales dominicanos–, el mercado laboral y el tejido social. La falta de un Estado funcional en Haití convierte al fenómeno migratorio en un reto complejo que trasciende la buena voluntad o la caridad: es una cuestión de seguridad nacional.
La cumbre simboliza, entonces, un giro discursivo y estratégico. No se trata ya de una postura aislada del gobierno de turno, sino de una posición de Estado. La presencia de los expresidentes legitima una política migratoria más firme, coherente y sostenida en el tiempo, y le otorga respaldo histórico a cualquier acción que se tome en defensa de la integridad territorial y la identidad nacional.
Pero más allá de lo simbólico, la cumbre también lanza una señal al mundo. En una era donde la presión internacional sobre República Dominicana por su política migratoria ha sido intensa, esta unidad interna fortalece la posición nacional en los foros multilaterales. La comunidad internacional debe entender que el país no puede —ni debe— cargar en solitario con las consecuencias de la inestabilidad haitiana. La cooperación regional y el involucramiento de actores globales son imprescindibles.
Sin embargo, es fundamental que esta muestra de unidad no se quede en la foto. Se requiere una política migratoria integral que combine el control de fronteras con el respeto a los derechos humanos, y que incluya mecanismos de registro, repatriación digna y desarrollo fronterizo. También es urgente una estrategia diplomática clara que presione a la comunidad internacional para asumir responsabilidades concretas en la reconstrucción de Haití.
En suma, la cumbre encabezada por Abinader junto a los expresidentes no solo es histórica por su inusual convocatoria, sino por lo que representa: un consenso nacional frente a una crisis persistente. Si se logra traducir en acciones concretas y sostenidas, este encuentro puede marcar un antes y un después en la forma en que República Dominicana gestiona su soberanía frente a los desafíos migratorios del siglo XXI.
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