02/10/2025
Cine

«Sirat», drama familiar en terreno impredecible

Luis, encarnado por un regordete Sergi López, en busca de su hija veinteañera, se adentra en la atmosfera de una fiesta electrónica (rave) en el desierto al norte de Marruecos acompañado de su hijo menor y el asunto escala en múltiples riesgos, peligros y trágicas consecuencias.

La coproducción de los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar, junto al compositor-productor Xavi Font, apuesta a la destreza del director Oliver Laxe (París, Francia, 1982, responsable de Lo que arde (2019, en donde al igual que en la actual se combinó con el guionista Santiago Fillol) y recurren en términos filosóficos al Sirat, palabra del mundo árabe, «referente al camino o puente hacia el paraíso», en una especie de metáfora que envuelve todo el relato emocional de la película.   

El propósito general y la fotografía de Mauro Herce dotan al filme de una apariencia atemporal (como El planeta de los simios, Calles de fuego, Midnight in Paris, Doctor Strange y Looper), en este caso con total entorno polvoriento, sofocante y escaza higiene; sin elementos de alta tecnología y mucho menos telefónicos. 

El relato se sostiene en diálogos precisos y sin excesos. Se opta por exponer la conexión entre padre e hijo, la elocuencia de los cuerpos danzantes de torsos desnudos y pelos desaliñados como catarsis liberadora del grupo de aparentes hippies marginados, extraviados y encapsulados en un bucle de tiempo pasado, a quienes Luis y su hijo Esteban (Bruno Núñez Arjona) cuestionan sobre la desaparecida chica.  

En el contraste de desierto, horas de bailes, cigarros, bebidas, pastillas y la causa que han llevado a Luis y a Esteban a estar allí, se establece la solidaridad que más adelante enfrentará la tragedia en varios bandos. 

Entre transición del amanecer y reencuentros con varios jóvenes de rostros adultos, piel agrietada, a quienes les presumimos recio pasado y duros hábitos, se establece la relación que llevará la aventura y la búsqueda hacia otra supuesta descarga musical, derivando en una ruta donde el peligro acecha según se avanza en tres distintos vehículos (y es cuando rememoramos la clásica El salario del miedo, de Henri-Georges Clouzot, de 1953) Así surgen las estampas sociopolíticas que sutilmente insinúan la vida difícil del entorno, la escasez, el militarismo; en fin, la supervivencia de aquella gente atrapada en la ruta próximo a Mauritania. 

Debo señalar que aplaudo la mezcla de sonido por encima de la música de Kangding Ray que cumple su cometido, aportando el trance del deleite y subrayando desastres. Y es en su mezcla de sonidos que aflora otro referente influyente que se nos insinúa con fases muy en la línea de Vangelis para Blade Runner (de Ridley Scott, de 1982), enmarcando recesos y trazos en transiciones, especialmente en los desplazamientos diurnos, nocturnos, o bajo la lluvia, donde los gestos lo dicen todo. 

El discurso narrativo del filme se afianza en lo sonoro, en lo visual y en resoluciones súbitas, inesperadas e impactantes –lo más simple, el título del filme surge cuando ya ni lo esperábamos–. Nada es predecible ni complaciente con lo que pueda esperar el espectador. Se pretende sacudir al público y reiterar la rigidez de vida de esa región, donde un galón de gasolina significa la diferencia entre vida y muerte, además de las consecuencias de un terreno hostil e históricamente plagado de conflictos armados.

El reparto, por igual nos plantea otro subtexto. También como personajes bien delineados, Jade y Steff (Jade Oukid y Estefanía Gadda) sobresalen con influencia sobre sus compañeros –Joshua Liam Herderson, Tonin Janvier y Richard ‘Bigui’ Bellamy– dos de ellos con particularidades especiales para reiterarnos la diversidad y condición de personas que nos rodean y a veces pretendemos ignorar.

Con un trazado lineal plano y sencillo, Sirat, la obra de Oliver Laxe establece una densidad visual y sonora seductora y cautivante para el espectador cuya contemplación amerita ser impactada, donde al margen de los momentos en que el alto volumen es el elemento dominante; contrario a ello, en otros instantes, minimalistas pulsaciones de sonido –incluido el del viento– acentúan trayectos, primeros planos o planos de detalles –como líneas divisorias de carreteras, rieles de locomotoras, pierna de un minusválido en desplazamiento, cambios de rutas, etc.– para enfatizar que estamos ante una road movie donde a cada paso espera la incertidumbre.

Cada obstáculo ubica a aquel ecléctico grupo de personas ante los peligros del mundo real, diferente al éxtasis que persiguen al bailar. Y es la causa de este padre e hijo en su búsqueda que sirve de pretexto para mostrarnos esta región y a estos seres humanos, aficionados a largas noche alucinantes, bailando hasta el amanecer, en aparente alienación del sistema de vida «normal».

Nos agrada este filme que merece ser visto por el gran público, ya que de manera súbita y en varias ocasiones, saca nuestra psiquis de su zona de confort, nos altera el estómago y el aliento para plantear su impronta de pretensiones inolvidables.      

La coproducción de España y Francia, de una hora y 55 minutos, estrenada el 6 de junio, ya obtuvo el Premio del Jurado en el pasado Festival de Cine de Cannes (13 al 24 de mayo, 2025), en empate (ex aequo) con la alemana Sound of Falling, de Mascha Schilinski. Por igual, Sirat se plantea como fuerte competidora para los premios Goya 2026.

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