31/01/2025
Crónicas de Poder

Sin luz no hay seguridad

Imaginar una ciudad sin luz es pensar en calles desiertas, espacios vacíos y un aire constante de inseguridad. La oscuridad nos arrebata más que la visibilidad; nos quita la tranquilidad, la confianza y el simple acto de sentirnos seguros en nuestra propia comunidad. En nuestro país, este problema afecta a miles de personas, convirtiendo el alumbrado público en una necesidad urgente que no siempre recibe la atención que merece.

Los gobiernos locales, pese a sus limitados recursos, tienen en sus manos la posibilidad de cambiar esta realidad. Aunque muchas veces enfrentan presupuestos ajustados, su papel es crucial para garantizar que nuestras comunidades no se queden en la penumbra. Se trata de iluminar las calles, los espacios y las oportunidades de vivir en un entorno más seguro y digno.

El alumbrado público es una herramienta esencial que transforma los espacios de manera profunda. Una calle bien iluminada deja de ser peligrosa para convertirse en un lugar de tránsito seguro, un punto de encuentro y una extensión del hogar. En los barrios donde las luces funcionan correctamente, los vecinos se sienten más tranquilos y las actividades económicas se revitalizan. La iluminación da vida, y esa vida debe impulsarse desde los gobiernos locales.

La ley asigna responsabilidades específicas tanto a las empresas distribuidoras de electricidad como a los ayuntamientos. Mientras las distribuidoras tienen la tarea de instalar y mantener la iluminación, los municipios deben asumir los costos del consumo eléctrico. Sin embargo, esta división a menudo genera tensiones, ya que los recursos locales suelen ser insuficientes. En este escenario, las comunidades terminan siendo las más afectadas.

A pesar de estas dificultades, existe una oportunidad para avanzar: el aporte del 3% de la facturación de las distribuidoras eléctricas destinado a los ayuntamientos. Este recurso, aunque limitado, es una base importante para comenzar a transformar la situación. Su correcta administración y un enfoque estratégico pueden generar proyectos significativos que impacten positivamente en las comunidades.

Una de las formas más efectivas de utilizar estos fondos es invirtiendo en tecnologías modernas como las luminarias LED. Estas consumen menos energía, tienen mayor durabilidad y requieren menor mantenimiento. Apostar por estas tecnologías es una inversión a largo plazo que permite a los ayuntamientos redirigir recursos hacia otras prioridades.

Además de las luminarias LED, los sistemas fotovoltaicos o de energía solar representan una solución innovadora y sostenible. Este tipo de iluminación, alimentada por paneles solares, no depende del suministro eléctrico convencional, lo que reduce considerablemente los costos operativos a largo plazo. La instalación de luces solares en parques, plazas y carreteras puede ser especialmente útil en comunidades rurales o zonas remotas donde la infraestructura eléctrica es limitada o inexistente.

La energía solar es económica y amigable con el medio ambiente. Al aprovechar un recurso abundante y natural, los gobiernos locales pueden contribuir a reducir la huella de carbono de sus ciudades, alineándose con los objetivos de sostenibilidad global. Si bien la inversión inicial puede ser alta, los beneficios económicos, sociales y ambientales hacen que esta tecnología sea una opción viable y atractiva.

Involucrar a la comunidad en estos proyectos es esencial. Escuchar las necesidades de los ciudadanos y priorizar las zonas más vulnerables asegura que las decisiones estén alineadas con las expectativas de quienes serán beneficiados. La participación ciudadana también fomenta un sentido de pertenencia, lo que a su vez fortalece el vínculo entre los gobiernos locales y sus comunidades.

Iluminar las calles y vías públicas no se limita a la seguridad o la movilidad, aunque ambos son aspectos fundamentales. También influye en la calidad de vida. Una plaza bien iluminada se convierte en un espacio para el encuentro familiar; una avenida con buena luz facilita la actividad comercial y genera un entorno confiable. Estas mejoras, aunque puedan parecer simples, tienen un impacto significativo en la vida diaria de las personas.

Los gobiernos locales, por estar más cerca de la gente, tienen una responsabilidad directa en liderar estas transformaciones. Con creatividad, transparencia y una buena gestión de los recursos disponibles, es posible lograr grandes avances. No es una cuestión de contar con enormes presupuestos, sino de tener voluntad política y un enfoque claro hacia el bienestar colectivo.

La iluminación urbana también puede convertirse en un símbolo de progreso visible para todos. Ver una comunidad iluminada, donde antes la oscuridad era dueña de las calles, genera esperanza y confianza. Es un mensaje claro de que se está trabajando por el bienestar de todos y de que las prioridades están alineadas con las necesidades reales.

Cuando una comunidad cuenta con calles iluminadas, se genera un ambiente de seguridad que permite a las familias salir con tranquilidad, fomenta la convivencia y revitaliza los espacios públicos. La luz, en esencia, transforma realidades. Su impacto va más allá de lo visible, pues refuerza la idea de que las cosas pueden mejorar con esfuerzo, compromiso y una adecuada administración.

Cada municipio tiene el poder de decidir cómo transformar su entorno. La tecnología y los recursos existen; lo que falta es la determinación para implementarlos de manera efectiva. Las luminarias LED, los sistemas solares y la participación activa de la comunidad no son soluciones futuristas, sino herramientas tangibles que pueden marcar una diferencia inmediata. Es cuestión de voluntad y visión.

Transformar nuestras ciudades mediante un sistema de iluminación no es sólo un objetivo, es una necesidad inaplazable. En cada calle iluminada hay una promesa cumplida de seguridad, progreso y bienestar colectivo.

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