La microgerencia –que ofrece soluciones relativamente pequeñas capaces de formar una larga cadena virtuosa gracias a la disciplina y la sistematicidad– siempre suele terminar reflejando grandes paradigmas, sentando ejemplo de cambios que pudieran ser posibles a una mayor escala si existe la voluntad y el compromiso.
En el ocaso de 2018 mi familia –ávida de nuevas experiencias para alejarse del sofoque citadino– se desplazó hacia el norte, próximo a la costa atlántica, a uno de esos encuentros con la “ruralidad” que permiten ver en forma auténtica la esencia de la vida en contacto con la naturaleza.
Esos viajes dejan siempre en mí importantes lecciones sobre las que tengo tiempo de reflexionar con el cerebro desconectado de las redes sociales, de las urgencias urbanas y los pulmones llenos de aire puro, ignorando en qué lugar ha quedado ese mal necesario conocido como teléfono móvil.
Tras instalarnos en una inmensa casa victoriana en Damajagua, construida con una resaltante intención perfeccionista por parte de un antiguo pescador, inicié la exploración del entorno y, en ese ejercicio, llegué al municipio de Imbert para curiosear en sus calles y entrar en contacto con su gente con mi complejo de antropólogo social azuzado por el periodismo.
Inesperadamente al doblar en una esquina del pequeño pueblo –que en vehículo se recorre por completo en pocos minutos– me encontré con el cuerpo de bomberos que tenía en su frente estacionada una unidad del Sistema Nacional de Atención a Emergencias y Seguridad 911. Nada nuevo, algo conocido que no sorprende.
Todos los días escuchamos hablar del 911 dentro de una nuestra cárcel natural, que es la ciudad, pero no imaginamos su presencia fuera de los límites de Santo Domingo. Realmente es un proyecto que se expande, que opera con una estrategia, se mueve en base a un plan, una meta y se convierte en una de las virtudes del Gobierno, que pudiese ser en el futuro uno de sus mejores puntos de recordación favorable.
Recordé que en el trayecto hacia nuestras breves vacaciones hallamos, con presencia de “verdolaga” omnipresente, las unidades del servicio de seguridad vial del Ministerio de Obras Públicas, que ha cobrado fama, prestigio y reputación por sus soluciones oportunas, que me han tocado en lugares tan lejanos como Pedernales, llegando a Bahía de las Águilas.
¿Cómo viviríamos si –como estructura de servicios y ejecución de políticas– el Estado se contagiara por completo del espíritu del 911 y la seguridad vial de Obras Púbicas? Ojalá que al menos estos destellos de luz en la burocracia estatal tengan continuidad en el tiempo.
Comentarios