San Juan Bosco, el gran educador y protector de la juventud, seguramente se llevaría las manos a la cabeza si viera cómo se comportan algunos jóvenes en la actualidad. No es que en su tiempo la juventud fuera perfecta, pero hoy pareciera que el compromiso es un concepto difuso, el respeto un valor en desuso y la gratitud una virtud olvidada. Nos encontramos con generaciones que parecen vivir bajo la premisa de «todo me lo merezco», sin asumir responsabilidades ni entender el esfuerzo que conlleva alcanzar cualquier meta.
La ligereza con la que muchos jóvenes toman las promesas, la falta de respeto en las relaciones interpersonales y el desprecio por la autoridad son signos preocupantes. No es raro verlos desistir a la primera dificultad, sin la paciencia ni la voluntad de perseverar. La inmediatez se ha convertido en su principal motor, alimentada por una sociedad que premia lo rápido y lo efímero. Redes sociales, contenido de consumo instantáneo y la cultura del «haz lo que quieras» han generado una desconexión con valores esenciales para la convivencia.
Sin embargo, demonizar el 100% de la juventud también sería un error. No todos encajan en este molde y, además, traduciéndose al reflejo de la sociedad que hemos construido. No podemos exigir compromiso si no ofrecemos ejemplos de compromiso. No podemos pedir respeto si los adultos no lo practican. Y no podemos esperar responsabilidad si se han criado jóvenes sin herramientas para enfrentarse al mundo real.
Es aquí donde debemos replantear el mensaje. La juventud debe vivir con libertad, experimentar, equivocarse y crecer, pero sin olvidar la importancia del respeto, la conciencia y la responsabilidad. La verdadera libertad no consiste en hacer lo que se quiera sin consecuencias, sino en entender que cada acción tiene un impacto en quienes nos rodean. Ser libres no significa ser indiferentes al daño que podemos causar, ni creer que el mundo nos debe algo sin esfuerzo.
El desafío es formar jóvenes que encuentren un equilibrio entre la exploración y el compromiso, entre la autodeterminación y la empatía. Si don Bosco levantara la cabeza, quizá se escandalizaría al principio, pero también vería en esta juventud una oportunidad: la posibilidad de construir una sociedad donde el respeto y la conciencia vayan de la mano con la libertad y el crecimiento.
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