Tengo la convicción de que los dominicanos estamos en negación y rehusamos entender las implicaciones económicas del Covid-19, el viraje que este virus le ha dado al curso de la historia de la República Dominicana y del mundo, creando una cotidianidad atípica, turbulenta, angustiosa, contra la esencia de los humanos: ser gregarios.
No metabolizamos –quizás porque la herida es reciente y su dolor aun no aflora– los miles de empleos perdidos, la riqueza destruida, empresas cerradas, emprendimientos individuales postrados, el Estado literalmente en bancarrota, más endeudado y con la perspectiva de aumentar en forma descomunal su pasivo.
Pero la gente, que no asimila el golpe y huye de la reflexión, se centra en sostener su estatus quo, los niveles de consumo anteriores a marzo, los esquemas de gastos y el mantenimiento de todos los activos, mientras incumple sus obligaciones crediticias apostando a que una redención divina modere sus relaciones con el banco o con el fisco.
El escenario se repite, con sus variables diferenciadoras, en todas las clases: la chercha festiva, la visita frecuente al restaurante, los mismos hábitos de compras en el supermercado, el colmado, la tienda, la plaza, y hasta las fiestas clandestinas y el viajecito innecesario interno y externo.
¿Quién nos pondrá el pie en el freno? Hace falta convencer de que estamos conminados a la austeridad, a ser más frugales, a optimizar los recursos, renunciar a lo suplefluo y centrarnos en lo esencial hasta que superemos este derribo. Desde el poder deben emanar los mensajes cargados de respaldos fácticos.
La necesidad de alinearnos y entender que la realidad cambió, que no somos los mismos, demanda una estrategia basada en sicología de la comunicación. El Gobierno pudiera ayudar mucho en eso, pero para eso debe contar con un plan profesionalmente elaborado y técnicamente ejecutado.
No hay dudas que debemos tratar de dinamizar la economía y la activación del consumo constituye una salida de coyuntura, pero en el mediano y largo plazos es importante crear conciencia sobre el ahorro, contra el despilfarro y a favor de la cultura de pago y cumplimiento de los créditos y de los impuestos.
Es hora de sacrificio colectivo, de discipina y enfoque claro de ayudarnos todos a salir de esta desgracia, sin soluciones individuales, victimizaciones ni oportunismo en busca de la misma rentabilidad de antes de la pandemia, pues sería una locura, un desaguisado.
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