Cada uno de los momentos melodramáticos en Relatos borrachos, la exitosa obra del dramaturgo venezolano Enrique Salas que se estrenó el pasado jueves en la sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, reserva una suerte de monólogo para cada uno de los tres personajes del elenco que conforman Beba Rojas, Juan Carlos Pichardo y María Angélica Ureña.
Presumo que no fue una casualidad que el texto más complejo y desafiante le fuera confiado por el productor y director de este montaje, Ramón Santana, a Beba Rojas, otra venezolana que echa raíces robustas en la escena artística dominicana desde que se estableció en esta tierra hace unos años. Cito a Patrice Pavis en la definición de melodramático de su Diccionario del teatro (1996): «Es un texto repleto de construcciones retóricas muy complejas, de términos raros y afectados, de elocuciones que reflejan a la vez la emotividad y la desorganización estructural de la frase».
Es efectivamente la emotividad a la que más apela la dramaturgia de Salas. El alcoholismo está en el epicentro de cada una de las historias de padre, madre e hija que componen la familia interpretada por Rojas, Pichardo y Ureña, quienes se desdoblan entre otros roles secundarios que se complementan en su narrativa.
Reiteramos el poder interpretativo de Beba Rojas, y como escribimos en críticas anteriores a partir de montajes en los que participó, este es uno de los más convincentes, puro teatro salvo por la estrepitosa caída –no solo de ella, sino de los otros dos actores– en escenas innecesarias que afectan su contemplación como lo que pudo haber sido pero no fue. Es decir, prolongada interacción con el público que va en detrimento, en tiempo sobre todo, del resultado final.
La Beba bebe un extensísimo guion en el monólogo de referencia y se mete en la piel de varios personajes, tan variopintos como los escenarios en que cada cual se sumerge para narrar su vida impropia diseccionada por los angustiantes efectos del alcoholismo. La actriz vuelve a sacar pecho en esta pieza que tiene un valor más allá de lo artístico, por el tema que aborda. Entre el sarcasmo, la comedia y el drama, su veteranía destaca con facilidad entre sus compañeros, destacados y convincentes en sus respectivas interpretaciones.
Ese juego escénico se complace en prolongar el gesto –agrega el autor del diccionario en su definición de melodramático– en acentuarlo y en dejar entrever mucho más de lo que expresa, pesa con intermitencia en los personajes de Juan Carlos y María Angélica, pero a su favor, logran un trabajo loable, en los diálogos que interiorizan en su salida en solitario para narrar cómo, cuándo y dónde cayeron en un abismo existencial, a causa del alcohol.
El texto de Enrique Salas, autor además de otras obras reconocidas como Mujeres infieles, Divorciémonos cariño, Relatos de alcoba y El sauna, da riendas sueltas a relatos que se narran en la historia de cualquier familia: el esposo abandonado por su pareja, la hija que se accidenta el día de su graduación, la novia adinerada que es evitada por su descontrol en el consumo del alcohol… y otros cuentos contados para sensibilizar al público.
Juan Carlos Pichardo va tomándole el pulso a las tablas, pisa en madera sólida como un talento salido del humor que se nutre de la cotidianidad, con deseos de seguir ampliando sus posibilidades artísticas. Disposición se percibe, y probablemente vaya madurando en el oficio, cuando sea personaje protagónico como también lo ha sido en estos Relatos borrachos. Los tres inspiran simpatía –y aunque considero forzados esos momentos interactivos con el público– justo es reconocer que la gente aplaude y se ríe con ellos.
En los monólogos de Juan Carlos y María Angélica, como pasó con el de la Beba, cesa la risa y subyace el dolor, la pena, la nostalgia, el descontrol. Uno más efectivo que el otro en su interpretación, pero logran complementar su puesta en escena. Y a propósito de ello, elegante y de muy buen gusto el trabajo escenográfico del veteranísimo Fidel López. El decorado realza esta pieza que enriquece el currículo del productor y director Ramón Santana, que narra estos Relatos borrachos tomándole el pulso al gusto del público inusual.
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