07/11/2025
Turismo

¿Quién se ha robado la Puerta del Sol?

Madrid, España.– Madrid me recibió con un portazo, sin aviso, de esos que realmente no esperas: sonó seco, sacudido y de buen jalón, como si la ciudad me dijera sin decirlo: «Bienvenido… pero no tanto». No tengo pruebas, pero tampoco dudas: sospecho que me vieron la cara de latino recién aterrizado, con esa mezcla de ilusión y jet lag que grita «turista» a kilómetros de distancia. Dejo salir –«¡Un poquito de por favor!»–. Y me dio por reír, puse nuevamente el código y logre enterar. 

Me desperté temprano. Tenía un tour contratado: Madrid de los Austrias, a primera hora. No me costó llegar al punto de encuentro: la Fuente de Orfeo, en la Plaza de la Provincia. Me hospedaba a dos calles, así que no tenía excusas para llegar tarde, aparte del jet lag

Verifiqué el sitio, miré el reloj, respiré tranquilo. Crucé la calle y entré a Brunchit. Pedí un café, mi primer café en Madrid, y lo disfrute con emoción. Me senté frente a la ventana. Vi llegar a una chica con un megáfono y un paraguas negro. Al instante, una jauría de guiris la rodearon con ansias. Me acerqué, sonreí, me sumé al grupo. Cinco segundos después, la guía me dice que ese tour era solo inglés. Respiré hondo. Recordé el café. Dejé ir aquella posible experiencia y gane una nueva aventura.

Caminé por la calle de Gerona hacia la Plaza Mayor. Al llegar, esa plaza me miró girar sobre mi propio eje y como mis ojos fascinados observaban alrededor, como si supiera que estaba a punto de convertirme en otro turista rendido ante su a porticado esplendor. Mientras me recuperaba, vi a otra guía: paraguas amarillo con naranja, con letrero de FreeTour. Me acerqué, y le conté mi historia. 

La Plaza Mayor, en Madrid, España. | FOTOS: Antonio Baldera.

—Este tour es de misterios de Madrid —me dijo. La idea me gustó. Pero primero quería entender la ciudad antes de que ella empezara a contarme sobre sus fantasmas y ángeles caídos. Me puso en contacto con un compañero que hacía el tour que buscaba. Me esperaría en la Puerta del Sol. Cinco minutos a pie. –Llegué. Lo vi. Dije Javier con signo de interrogación y me respondió con una sonrisa de guía experimentado en turistas despistados y residentes desinteresados.

— ¿De dónde eres?— me preguntó.
—De República Dominicana— respondí, sin adjetivos patrióticos. —Excelente, dijo con una gran sonrisa.  Si quieres agua o jugo, ahí está el Carrefour. Si quieres ir al baño, tienes que ir algún bar o restaurant… señalándome a «Rodilla» pero hay que consumir para que te dejen usarlo.                                                                                                 

Le agradecí. Me quedé quieto. Casi congelado por el frio, con las manos en los bolsillos y ajustándome la chaqueta de vez en cuando. Con los ojos buscaba la famosa puerta y no lograba distinguirla. Javier convoco a todos los participantes y nos agrupamos a su alrededor, se presenta y nos dice que es actor, que este es uno de los diferentes trabajos que tiene. –No sé, si lo dijo, buscando empatía, y sí, que lo logro–. Da inicio al tour. Antes que todo, cierren bien sus bultos, ponerlos si es posible al frente y los hombres asegure bien sus carteras. No hay, sin embargo, gran ciudad que no tenga sus carteristas de confianza. 

Dice.  —Está es la famosa Puerta del Sol, ¿la pueden ver?– pregunta. Y hace una pausa dramática, y de manera teatral concluye, no hay ninguna puerta, por lo menos ahora ya no, y nos señala donde se encontraba, y en su lugar hay un edificio que le pertenece a Apple Store, y antes de Apple fue el Gran Hotel París y antes «La Vizcaína». Asegura: —Una de la leyenda dice que el nombre Puerta del Sol viene de un sol pintado en el antiguo portón oriental de la muralla madrileña, sin embargo, —con la solemnidad de quien cuenta un secreto a voces— que el nombre nació en medio de una revuelta. Ocurrida en 1520, Castilla ardía en rabia contra Carlos I. El gobierno levantó una fortaleza, que en su puerta, presentaba la imagen de un sol tallado, y el nombre persistió incluso después de que la fortaleza fuera demolida. 

Tomo una bocanada de historia con la boca abierta por el asombro y sigo escuchando a Javier, —También, la plaza es comparada con una silueta o un punto de partida (como un arco o puerta) y las calles que convergen en ella, como Alcalá, Mayor o Arenal, son vistas como los rayos que se irradian desde ese punto central. Esto se debe a su ubicación como centro neurálgico de la ciudad, donde confluyen múltiples vías principales. ¿La pueden ver?, mientras marca la silueta con sus dedos. Esto nos lleva al «Km. 0», y nos conduce unos pasos más allá.

—Consiste en una placa en la acera, instalada en 1950 frente a la Casa de Correos—. Ese mosaico es como un «aquí empieza todo». Había una pequeña fila para tomarse fotos. Mientras Javier nos explicaba, recuerdo el estribillo de una canción de Ismael Serrano, «Kilómetro cero, respira en el centro de la ciudad, el alma que se pierde al escapar» y recuerdo mi «Malas compañías» que seguirán siendo siempre las mejores, un niño corre alrededor de la placa del Km 0 como si estuviera atrapado en un bucle e interrumpe las fotos, Javier: —La placa del Km 0 ha sido robada varias veces. Madrid la repone como quien vuelve a colocar el felpudo de casa. Como si dijera: «Róbame lo que quieras, pero la repondremos otra vez y otra vez y otra vez».

Javier: —Hay una leyenda que dice «Quien pisa con un solo pie la placa del Km 0, regresará alguna vez, y quien pisa con los dos pies vivirá en Madrid alguna vez—, y todos comienzan a poner sus pies y tomar las respetivas fotos, Javier: —Ya veo familias y parejas divididas y sonríe—.  Una pareja de jubilados que nos acompañan señalan la Casa de Correos que esta frente a la placa, Javier interrumpe, si, esa es La Real Casa de Correos, lleva siglos viendo pasar borrachos, manifestaciones, turistas y algún que otro beso que no debía ser, porque es el edificio más antiguo de la Puerta del Sol. Lo construyeron en el siglo XVIII y, aunque Madrid ha cambiado de cara mil veces, ese edificio no se ha movido ni un centímetro. 

En el techo, el famoso reloj. El que cada 31 de diciembre decide cuándo empieza el año, —y recordé que David Broncano y Lalachus habían participado en el diciembre pasado, mi memoria, caprichosa, vio llegar «Pájaros de Portugal» que sin pedir posada al «Losada» me invitaron a volar, se soltó del presente y se fue de paseo a otro momento, como si el tiempo fuera un bar abierto en otra órbita del tiempo, y vi a Lucia decir: —«Bueno, bueno, bueno, bueno, bueno, pues ya estamos aquí, muy nerviosos, a 4 minutos escasos de las campanadas»—, junto a Juan Cuesta y Emilio, eche a correr y en mi mente Mecano cantaba: —«En la Puerta del Sol, como el año que fue, otra vez el champagne y las uvas y el alquitrán, de alfombra están. Los petardos que borran sonidos de ayer, y acaloran el ánimo para aceptar, que ya pasó uno más»—. 

Javier: —¿A dónde vas?— me preguntó.
—A comprar unas uvas— respondí. —¡Joder!– dijo con una gran sonrisa.  —«Y en el reloj de antaño, como de año en año, cinco minutos más para la cuenta atrás, hacemos el balance de lo bueno y malo, cinco minutos antes de la cuenta atrás. Marineros, soldados, solteros, casados, amantes, andantes y alguno que otro, cura despistao, entre gritos y pitos los españolitos, enormes, bajitos, hacemos por una vez, algo a la vez»—. 

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