En los últimos años, hemos escuchado tanto sobre el amor propio que a veces olvidamos que también existe el respeto propio. Ambos conceptos parecen hermanos, pero en realidad pueden habitar extremos opuestos si no se equilibran. Amar(se) sin respeto puede llevar a la complacencia, mientras que respetarse sin amor puede volverse una carga severa. El punto está en reconocer que el amor propio te enseña a aceptarte, pero el respeto propio te impulsa a no conformarte.
El amor propio ha sido reivindicado como una forma de sanar: aceptarte tal cual eres, cuidar tu bienestar, perdonarte los errores. Sin embargo, cuando se queda solo en ese plano emocional y se usa como excusa para evitar la responsabilidad o los cambios necesarios, deja de ser amor y se convierte en comodidad. Decir “así soy yo” no siempre es amor propio; muchas veces es miedo al crecimiento.
Por su parte, el respeto propio nace del compromiso contigo mismo. Es la voz interna que te recuerda lo que mereces, pero también lo que debes hacer para merecerlo. Implica disciplina, límites, coherencia y decisiones que, aunque duelan, construyen dignidad. Respetarte no siempre se siente bonito: a veces duele levantarte cuando no tienes ganas, decir “no” a alguien que te importa, o mantenerte firme en lo que sabes que es correcto. Pero ese dolor se transforma en orgullo cuando ves que estás cumpliendo contigo.
La diferencia esencial está en que el amor propio te abraza, y el respeto propio te levanta. El amor te consuela, pero el respeto te guía. Uno es emocional, el otro es ético. Ambos son necesarios: el amor te da compasión, el respeto te da dirección. El amor propio te enseña a no castigarte, y el respeto propio te enseña a no traicionarte.
Cuando solo hay amor propio sin respeto, se cae en la indulgencia. Cuando solo hay respeto propio sin amor, se cae en la rigidez. Pero cuando ambos coexisten, aparece el equilibrio: ese estado en el que puedes reconocerte humano sin justificarte, disciplinado sin exigirte perfección, sensible sin perder firmeza.
Amarte implica cuidar tu mente, tu cuerpo y tus emociones; respetarte implica cuidar tus decisiones, tus límites y tus principios. Uno te sana, el otro te fortalece. Y si bien el amor propio puede ayudarte a sentirte bien contigo, el respeto propio es lo que te permite dormir en paz.
La verdadera madurez emocional llega cuando entiendes que no todo lo que te da placer te hace bien, y que no todo lo que cuesta esfuerzo te hace daño. Porque al final, amarte sin respetarte es quererte a medias. Y respetarte sin amarte, es vivir con un juez dentro. La plenitud nace cuando aprendes a combinar ambas voces: la que te dice “estás bien” y la que te recuerda “puedes ser mejor”.





Comentarios