Lleva décadas el cariño, cercano a la adoración, que siente uno por Puerto Rico. Se exuda amor por la isla, incluso por sobre las diferencias pequeñas con algunos, muy pocos, por cierto. Un par de puntitos negros, entre más de tres millones de personas bien nacidas, no son para hacer ruido.
Una tierra habitada por amigos, hermanos, gentes con la que se iría uno a Indonesia descalzo, sin hacer preguntas. Allí tiene este siervo parte de los recuerdos más hermosos que pueda atesorar ser alguno. Allí incluso, contrajo matrimonio en 1996, ante el ministro Octavio Ortiz Rivera, culpable de miles de bodas desde esas fechas.
Uno siempre ha creído, y a lo mejor lo cree por el cariño que se le profesa a esa tierra, que las cervezas negras en la calle Fortaleza tienen un sabor diferente a las cervezas negras de cualquier otra geografía de la tierra. Los olores del café en la cafetería Mallorca, o el té de la Plaza de Armas, sentado junto a la estatua de Tite Curet, no tienen con que ser comparado, al menos en el horizonte conocido.
Los pleneros de Puerto Rico tienen un sabor imposible de imaginar en ningún otro lado. Oír a los maestros de allí ejecutar el singular “cuatro” puertorriqueño es una experiencia irreal, fuera del alcance de las imaginaciones más fértiles.
En Puerto Rico ganaron la adultez los hermanos más pequeños, y he sumado allí a gran parte de las personas con las que aspiro a seguir en el camino, hasta los alientos finales. Una vez, (hace uffff, nadie sabe cuántos calendarios!), acompaño el feligrés al presidente Fernández y a algunos colaboradores a ver a la Gobernadora Sila María Calderón, y en la tarde, en su casa, al pediatra Pedro Roselló, ex gobernador, y padre de Ricky, el actual, con quien, pese al aire sobrio y adusto del Dr. Fernández, reímos a mandíbulas extendidas.
En los pasillos del Centro de Bellas Artes, me dijo el juez Baltasar Garzón, quien fue a aplaudir a Diego El Cigala, algunas opiniones sobre su amigo Leonel Fernández, que alguna vez en la vida, cuando las pasiones amainen, y cuando los tiempos obliguen a la canalla a bajar los decibeles de sus infamias y groserías, deberán ser bien contadas. En limpio, en ese país, están enterradas parte de las emociones más hermosas que hemos vivido.
A uno le conmueve lo que suceda en el lugar en que duermen y despiertan Aideliz Hidalgo y Viviana Díaz Sauviñon, donde se hicieron a la vida pública Levis Suriel y Alvaro Nuñez, o donde pulió su reputación sin peros el Dr. Ángel Michel. Como no va uno a sacudirse junto a la Dra. Milagros Iturrondo, o junto a personas tan bien nacidas como Tata Diaz, Gheidy de la Cruz, Ana Marchena y su marido el Ing. Pachin Ramirez!
Quien puede dormir tranquilo sabiendo en peligro a Tati Brujan, a Minga Valdez, a Juan Manuel Valdez Frias, Awilda Gómez, a doña Mery Dacosta, a Franklin Grullón, a José Bejarán, a Miguel Patiño, a Leodani Inojosa, Jorge J. Muñiz Ortiz, Rafael Hilario, Lourdes Rodríguez, Rafael Pumarol, Marisol Rodríguez, Wilma Colón, Miguel Angel Fornerín, Linda Mercedes, Israel (Juan del Pueblo RD) Claribel Martínez, y a tantos otros hermanos y amigos!
El azar necesitará mucho más que un huracán para impedir la fiesta del atardecer, mirando a los barcos alejarse del Viejo San Juan. Esa muchacha de Wisconsin que se ríe en el colmado Bar Moreno, con una Heineken negra en la boca, regresara allí, por encima y por sobre María. Y de su infame compañía.
Comentarios