Yo vivo aquí en República Dominicana, y les digo a mis amigos y lectores del mundo que no he visto acoso alguno contra los haitianos, y no solo que no lo he visto, sino que todas las medidas de regularización con respecto a los inmigrantes que se han tomado, he visto que el gobierno dominicano las ha tomado de forma sedosa y con manos algodonadas.
Eso en cuanto al gobierno, que en cuanto a las relaciones cotidianas entre haitianos y dominicanos, las que yo veo en mi barrio céntrico y de clase media, que está lleno de haitianos, es que no pueden ser mejores, más armoniosas e integradoras.
En mi edificio, por ejemplo, el conserje de día y el guardián de noche son haitianos, y, a ambos no se les puede querer más. La vecina del cuarto piso tiene una doméstica haitiana a quien veo frecuentemente muy feliz paseando las mascotas de la casa. Y, bueno, en las calles, los guardianes y conserjes de los edificios de mi sector se aglutinan a conversar todos los días en su tiempo de ocio, sin que nadie les moleste.
Los haitianos que he conocido en mi edificio y en mi barrio son todos supercolaboradores, serviciales, amables y respetuosos, y todos, en mi edificio y en mi barrio, llevamos la fiesta en paz. De los campos y bateyes no puedo hablar, porque no sé nada de allí más allá de lo que he leído.
Es cierto que los haitianos son muy mal pagados en República Dominicana, como ocurre con todos los dominicanos pobres y de escasa educación. También es cierto que muchos “empleadores” abusan de la condición de ilegalidad de la mayoría de los haitianos que viven en República Dominicana, como ocurre con todos los inmigrantes en condición de ilegalidad, lamentable e injustamente, en todos los países del mundo, y como pasa también con la mayoría de los dominicanos pobres y con escasa educación.
Esto que cuento en este post es lo que he visto con los ojos de mi cara, en mi edificio y en mi barrio. Nada que ver con noticias, libros, argumentos, ideología o ninguna otra cosa excepto mis vivencias y las evidencias que rompen los ojos.
Lo bueno de lo malo. No hay casi cosa mala que no tenga algo bueno y viceversa, y si algo bueno ha tenido la sentencia 168 del Tribunal Consitucional es que nos ha obligando a poner orden a una situación caótica que data de casi un siglo y a regular la situación legal de miles de emigrantes haitianos y de miles de dominicanos de ascendencia haitiana. Y ojalá que esto no sea una acción episódica, tan característico del talante caribeño, sino que se constituya en una política migratoria sistemática.
Por supuesto, este post me costará mil y un calificativos de “pro haitiano”, “anti haitiano” o “traidor a la patria”, pero hasta aquí es lo que he visto con estos ojos que se lo van a comer los gusanos.
Buena acción, mala comunicación. Si el gobierno ha sido bueno buscándole la vuelta a la aplicación de una sentencia cruel, ha sido malo comunicando su trabajo, porque el periplo internacional que está haciendo ahora su diplomacia de más alto nivel, para explicar cómo se está aplicando la sentencia, es lo que debió hacer antes, proactivamente, cuando la campaña contra República Dominicana aun no había sentado sus credenciales.
Esa campaña contra República Dominicana carga verdades, media verdades, acusaciones infundadas por ignorancia, así como mentiras infames y friamente calculadas (y por causa de esa mezcla es que resulta tan difícil combatirla), pero de no haber sido por ese contrapeso internacional, sabrá Dios cuál habría sido el destino de los inmigrantes no solo en condición de ilegalidad sino también de fragilidad. Y eso ha sido lo bueno de esa campaña sucia.
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