¿Qué hacemos bien aparte de bailar, tocar la tambora y darle al bate? Sí, porque eso es lo que siempre se resalta un día sí y otro también. Hace 23 años entramos en el siglo XXI y salvo ciertos detalles continuamos en el mismo meollo de décadas pasadas: un país que ha crecido hacia arriba y sin control, muchos abandonaron los campos para ganarse la vida sobre un motor, una juventud pobre nacida en estos años, de pobre desarrollo intelectual y emocional que han convertido arrabales en pretendido punto «turístico», donde las adolescentes con barriga de meses pululan por doquier sin control ni orientación, solo «perreo» y por supuesto, no cesan esos que abandonan el país por distintos motivos, pero hago énfasis en aquellos que por una vida «mejor» dejan el terruño y son aplaudidos dentro de la llamada «diáspora».
Un país que celebra una «fuga de cerebros» de más de 2 millones de dominicanos debe revisarse profundamente. No es la forma de hoy, es la esencia que no cambia, más bien languidece.
Nos cuesta avanzar en todos los terrenos que cualquier sociedad amerita, necesita y demanda. Caen tres gotas o lluvias torrenciales de fuerte intensidad y nos ahogamos porque aquí nadie. absolutamente ningún ex alcalde se apretó el cinturón para realizar un trabajo vital de sanear el drenaje pluvial de Santo Domingo, y obvio de todo el país. Por la absurda razón de: «Esos trabajos no se ven»…
Los ayuntamientos callan y sus responsables también. Nos hacemos llamar de manera pretenciosa y grandilocuente «el Gran Santo Domingo» pero ¿grande de qué? si con aquella última desgracia climatológica comprobamos una vez más que nos cuesta mucho hacer lo que se supone debió realizarse hace tiempo.
Años sin reparar las distintas infraestructuras que tiene el país a sabiendas de las advertencias de los expertos frente a un país que debe armarse para enfrentar las consecuencias del cambio climático, pero tampoco se preocupa ni se ocupa de crear políticas medio ambientales y hacer frente a esos imprevistos del clima y evitar muertes que duelen.
Si hablamos de educación la situación es decadente: ocupamos el último lugar en la encuesta de PISA. La bajísima calidad de la enseñanza pública, la escasa preparación de quienes imparten esas clases y la informalidad del mismo sistema enquistado y anclado en preceptos obsoletos dificultan el aprendizaje y el desarrollo intelectual de los usuarios de ese servicio público.
En adición a esto es de rigor mencionar la cantidad ingente de miles de millones de pesos que desde hace más de dos décadas se malgastan de manera cuestionable en el Ministerio de Educación, el de mayor presupuesto dentro de la asignación del gobierno, pero con resultados poco halagüeños.
Sería interesante para la sociedad saber qué han hecho, o hicieron con el presupuesto cada uno de los ministros de educación que han pasado por esa institución hasta hoy. Incluso, el expresidente Leonel Fernández, 12 años de gobierno y exprofesor universitario tampoco se preocupo en demasía por mejorar este importante eslabón en la cadena de un pretendido desarrollo para cualquier país.
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