Como objeto de análisis, reflexión y en tanto ecuación y enigma, la política me fascina como me gusta el dominó, el ajedrez, el fútbol, las series «Games of Throne», «House of Cards» y la ironía socrática.
Es un ejercicio realmente emocionante, que lleva en su esencia el suspenso, la jugada inesperada, la sorpresa, la trampa, los sentidos ocultos, la traición y la riqueza de significados como en las profecías.
La política no está exenta de condicionamiento por categorías como la suerte y el azar, el carisma, la vocación por el trabajo, la disciplina, la capacidad de comunicar (desde los rangos verbal y no verbal), creando narrativas contagiosas.
Se trata de una maquinaria productora de mitos, héroes, antihéroes, prototipos trascendentes y de corto plazo, luminarias duraderas, cometas y aves de paso. De todo se ve en política.
Es una carrera de resistencia, que pone a prueba la habilidad para saltar obstáculos, la aptitud teatrera, titiritera, el desdoblamiento, la ductilidad, la sinuosidad y la decisión de ser reptante cuando la coyuntura lo demanda, hipotecando el yo y la dignidad.
El político con vuelo y liderazgo es un ente que se desborda y su mayor principio es no tenerlo. No se toma a pecho la ética ni la transparencia, porque sin opacidad generadora de dudas, morbo y cuchicheos, se pierde lo extraordinario y se cae en lo cotidiano y lo predecible, con un solo resultado: la devaluación.
La política debe tener –para ser exitosa– una épica y unos protagonistas controversiales que inquieten, creando campos duales, como amor y odio, bondad y maldad, mansedumbre y bravura.
Son razones por las cuales los perdedores son tantos en política y los ganadores son tan pocos, una élite sin dudas superior que arrastra multitudes por su destreza para encantar, dividir, con una piel de cocodrilo y una sangre fría que los mantienen fijos mirando el objetivo sin distraerse.
Nos guste o no, esa es la política, la realpolitik. Lo otro es sueño, aspiraciones, ego, sobrestimación, ceguera para darse cuenta que las dotes alcanzan solamente para ser militante, seguidor, obrero de campaña, simpatizante, ejecutor, armador, pero jamás líder o candidato competitivo.
Yo no soy político porque no tengo agallas ni pudor flexible para ejercer el oficio y salir adelante. Así es que me conformo con la observación y el estudio de la disciplina. A lo mejor (nadie sabe) podría convertirme con el tiempo en estratega, siempre “behind the scenes”, contribuyendo con una práctica tan vital para la existencia del Estado y la organización social.
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