Ya la vi, y sin la presencia fantástica de dragones amenazantes, ni brujas hechiceras, ni luciérnagas que guíen e iluminen los caminos del joven Juan Preciado (Tenoch Huerta) en busca del pueblo de Comala y de su padre, Pedro Páramo (Manuel García-Rulfo), en su nueva versión, este filme, de manos del director de fotografía Rodrigo Prieto, en su debut direccional, es digna de un visionado atento, pues con su destreza, talento y recursos a su alcance, logra poner en pantalla un trágico relato de vida y muerte, en tono de melodrama cargado de realismo mágico y cautivantes misterios a cuatro tiempos –con flashback dentro de flashback– para hilvanar una temática de muchas vertientes, a partir del guion del español Mateo Gil, que sin alteraciones u omisiones brusca no afecta en esencia el espíritu de la obra literaria original.
El filme de Rodrigo Prieto, producción de Netflix, basado en la novela de 1955, del mexicano Juan Rulfo, enriquece la versión televisiva de 1967 –correcta y muy compacta–de Carlos Velo (disponible gratis en YouTube), que contó con un rol secundario magnifico de Ignacio López Tarso como el muy diligente Fulgor Sedano, mano derecha del despiadado y despreciable terrateniente Pedro Páramo, encarnado por John Gavin (nombre real Juan Vincent Apablasa), enceguecido por la codicia y la barbarie, disponiendo a su antojo del destino de quien se oponga a su ambición.
Fulgor: Y encima tenemos el asunto ese de Toribio Aldrete.
Pedro Páramo: –¿Qué se trae el Toribio ese?
Fulgor: Cuestión de límites. Él ya mandó cercar y ahora pide que echemos la cerca que falta para hacer la división.
Pedro Páramo: La tierra no tiene divisiones para mí.
Fulgor: El hizo bien sus mediciones, patrón, me consta.
Pedro Páramo: Pues dile que se equivocó. Derrumba los muros si es preciso.
Fulgor: ¿Y las leyes?
–El patrón detiene sus pasos, se gira y lo mira.
¿Cuáles leyes? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros. A propósito, dime Fulgor, ¿Quién mató a mi padre?
Fulgor: La mera verdad, patrón, nadie lo sabe de cierto. Pero apenas cayó muerto, todos los zopilotes de la región se echaron sobre sus bienes.
Pedro Páramo (con ira): Entonces podemos figurarnos que lo mató Comala. Todo Comala, ¿No e’ cierto?
Rulfo narra una época de revolución, de hombres fuertes y de débiles mal afortunados, de mujeres explotadas y subyugadas, de tierras arrasadas, poblados secos y polvorientos donde la muerte y la locura pueden ser las mejores opciones ante caudillos, guerrilleros, sicarios y abusadores. Y en este contexto interactúan las ánimascon Juan Preciado desde su encuentro en un cruce de caminos con el misterioso arriero Abundio –de rostro agrietado por la sequedad o el mal vivir– que, seguido por dos silenciosos burros cargados de leña, se dirige al mismo destino: Comala, el poblado que Doloritas, la madre de Juan, describe en susurrantes monólogos y quien en su lecho de muerte le sugirió buscar a su padre y «exígele lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… cóbraselo caro».
—Hace calor aquí —dice Juan.
—Sí, y esto no es nada. –Responde Abundio– Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. (..)
–Yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado. Parece que no lo habitara nadie.
—No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.
—¿Y Pedro Páramo?
—Pedro Páramo murió hace muchos años. (..)
Ya ante el poblado, Juan Preciado insiste:
–¿Dónde puedo ver a Pedro Páramo?
Alejándose de él, Abundio responde:
–Por todas partes. Pedro Páramo es un rencor vivo.
¿Y usted quién es? pregunta Juan.
–Abundio, también soy un hijo de Pedro Páramo.
Con esa premisa y las primeras penumbras de la noche, Preciado avanza por calles vacías; rodeado de casas desvencijadas y roídas por el tiempo y los terremotos, en busca de Eduviges Dyada, vieja amiga de su madre, que, aunque ya está en otro plano existencial, lo recibe en su casa de historia lúgubre, al tiempo que, candelabro en mano, le comenta que «ella me avisó que usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy».
El desconcierto y las dudas continúan sobre el cansado y sediento joven al tiempo que es conducido a una habitación mientras en su pensamiento juzga a su madre en todo lo que ve («me mandaste a un pueblo solitario, buscando a alguien que no existe»). En sus encuentros con otras escasas personas que misteriosamente entran y salen a su paso, continúa el recuento del tortuoso pasado del pueblo y sus habitantes, y son esos los puntos de inflexión para los cineastas plantear su narrativa no lineal del tiempo pasado –fulgurante, colorido, con calles y plazas llenas de vidas y música–, y del tiempo presente –fantasmal, arruinado, vacío e inhóspito–.
Si bien Carlos Velo en 1967 evitó recreaciones efectistas, y en su lugar recurrió a los recursos sonoros de ecos, gemidos, galopes de caballos y fragmentos de conversaciones que rodean al joven constantemente por calles y pasillos vacíos en una noche interminable, en el caso de Prieto, este echa mano a los abundantes recursos visuales que le dispensa la tecnología actual para integrar y desintegrar lo que le plazca a partir de situaciones y diálogos.
Ejemplo, cuando una mujer, desnuda, apenas una manta en la espalda, se le insinúa a Juan («¿No me ve el pecado? ¿No ve esas manchas moradas como de pote que me llenan de arriba abajo? Y eso es sólo por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo») Y efectivamente esto fue como a pedir de boca para el equipo de efectos especiales deshacer impresionantemente todo al final de la escena.
Tenoch Huerta (Narcos: México; Black Panther: Wanada Forever) sobrelleva a este personaje prácticamente atónito, conteniendo una mezcla de miedo y asombro, mientras va descubriendo que todos cuanto se le aparecen son contemporáneos a su madre, saben de su presencia allí y cada uno va agregando y ampliando la historia pasada, como el caso de Damiana, también antigua amiga y servidumbre de su progenitora y de su padre.
Soy Damiana. Supe que estabas aquí y vine a verte. Quiero invitarte a dormir a mi casa. Allí tendrás donde descansar. En este cuarto ahorcaron a Toribio Aldrete hace mucho tiempo. Luego condenaron la puerta, hasta que él se secara, para que su cuerpo no encontrara reposo. No sé cómo has podido entrar, cuando no existe llave para abrir esta puerta.
Juan: Fue doña Eduviges quien abrió. Me dijo que era el único cuarto que tenía disponible.
Damiana: ¿Eduviges Dyada? —Pobre Eduviges. Debe de andar penando todavía.
Así, en un relato que va y viene en el tiempo, Juan va escuchando sobre su madre que nunca fue amada por Pedro Páramo, quien precipitó una boda de bienes mancomunados con ella, con fines de alivianar deudas y ampliar sus posesiones; y al poco tiempo aprovechó la mínima excusa para enviarla a otro pueblo con su pequeño hijo. Desde jovencito, Páramo siempre estuvo flechado por Susana San Juan, cuyo padre abusivo, Bartolomé, abandonó Comala y la alejó de él por largo tiempo. Ella en esencia tuvo otro amor, que fue aparente víctima de la furia de su padre. Y mientras Páramo suspiraba por ella, se acostó y tuvo hijos con muchas mujeres, esperando la forma de hacerle una propuesta de negocio a Bartolomé que lo hiciera retornar al entorno de las minas de Comala y así tomar venganza.
Ilustrativo es el comentario de Abundio a Juan Preciado al principio de la obra: «…Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo». De todos sus hijos solo reconoció a uno, a Miguel, un rufián tan despiadado como él pero que no tuvo la suerte de su larga vida, cumpliéndose así los presagios de Fulgor.
Consumado el retorno de Bartolomé y Susana, solo servirá precisamente para acometer aniquilación y descubrir que ella ya solo es un despojo sin alma, y como si celebrasen el dolor del despiadado Páramo, ya envejecido en su rancho de la Media Luna, Comala y otras comunidades cercanas se lanzan a las calles y plazas en un derroche de fiesta.
Mientras, volviendo al tiempo presente, en medio de tantos sobresaltos y turbulencia emocional de Juan Preciado, este empieza a colapsar en una agonía de cuerpo y alma donde ya no solo escucha los ecos y bullicios de la celebración, sino que se ha sumergido en ella. «Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre»,llegó a comentar Pedro Paramo. «Así lo hizo, y Comala se llenó de adioses». Al tiempo que el pueblo se vacía, reaparece Abundio –cuya historia como la de los guerrilleros y revolucionarios– en gran parte fue obviada en ambas versiones, y tendrá a su cargo el cierre del relato ante su padre.
Si bien en las versiones fílmicas, que sugiero ver ambas, el nivel de producción y la toma de cámara, captan todo el decorado y detalles de los entornos, también le arrebata al lector el apreciar la destreza del escritor al describir tales espacios, eventos y diálogos. Sin embargo, se han logrado reproducir esas calles y casas, banquetes, fiestas y plazas, con mucho apego a la obra original, respetando con fidelidad el aspecto de los diálogos, dejando entrever la relación de ingenuidad, poder y abusos entre hombres y mujeres, en personajes delineados con carácter, templanza, sumisión y subordinación, con dos protagonistas que están al mismo nivel de competencia para la venidera batalla de premios.
Nota. Puntualizamos que el escritor de la novela fue sobrino del abuelo del actor, también llamado Manuel García Rulfo. El actor, nacido en Guadalajara, Jalisco, es conocido por su rol en la serie de Netflix, The Lincoln Lawyer, y filmes como A Man Called Otto, 6 Underground, Sicario: Day of the Soldado, Murder on the Orient Express, y The Magnificent Seven.
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