20/11/2025
Notas al Vuelo

No es competencia, es impulso

Hay quienes se pasan la vida mirando de reojo los triunfos ajenos, como si cada logro de otro fuera una amenaza personal. Qué desperdicio de carácter. En este mundo, donde todos quieren correr sin saber siquiera hacia dónde van, conviene recordar algo con la frente en alto: lo que ves lograr a los demás no es un golpe contra ti, es una señal clara de que lo posible está más cerca de lo que crees. El éxito ajeno no es una competencia, es un recordatorio. Quien se deja intimidar por los avances de otros,  todavía no ha descubierto su propio valor.

Estamos demasiado acostumbrados a compararnos. Nos enseñaron a medirnos con reglas que no escribimos y carreras que no queremos correr. Pero los grandes seres humanos, cuando se lo proponen, saben algo esencial: cada quien camina con su propio peso, con sus propias batallas, con sus propios monstruos silenciosos. Lo que me costó a mí no lo sabe nadie, y lo que te cuesta a ti tampoco es asunto de nadie más. No hay comparación posible porque no hay vida igual.

Por eso, si hay que empezar de nuevo, se empieza. Y sin llanto. El que piensa que recomenzar es fracasar nunca ha tenido que reconstruirse de verdad. Empezar de cero es un acto de valentía, un gesto de orgullo propio, una declaración de guerra a la mediocridad. Y si el mundo no lo entiende, peor para el mundo. Lo importante es que tú sigas, que no entregues tu historia a cambio de una queja ni a manos de una inseguridad pasajera.

Hay una voz interna, ya la conoces, esa que te dice que no puedes, que ya estás tarde, que otros lo lograron primero. Esa voz no es tuya; es del miedo, ese intruso que a veces confundimos con prudencia. No permitas que sabotee lo que has construido con disciplina, esfuerzo y dignidad. Lo tuyo te ha costado. Lo tuyo vale. Y quien no pueda verlo, que mire hacia otro lado.

Cuando aplaudas los logros de los demás, hazlo con grandeza. No porque te sientas menos, sino porque sabes que cada triunfo es una prueba de que sí se puede. Y si alguien puede, tú también. Así funcionan los espíritus fuertes: no se achican ante la luz ajena; se inspiran, se levantan, continúan. Porque la ambición, cuando es sana, no envidia: se impulsa.

Tu proceso es tuyo. Defiéndelo como quien defiende un tesoro. Nadie sabe lo que te duele, ni lo que te mueve, ni lo que te sostiene. Y no deben saberlo. Lo único que debes mostrar al mundo es que, pase lo que pase, sigues de pie.

Porque al final, querida o querido lector: no es competencia. Nunca lo fue, es impulso, y quien entiende eso… gana siempre.

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