Él es un columnista riguroso, un formador de opinión, un verdadero influenciador en el área de su competencia. Antes de abordar cualquier tema delicado lo blinda con datos, antecedentes, referencias y, generalmente, aporta evidencias irrefutables, gracias al instinto investigativo que le acompaña y a su hábil aprovechamiento de las tecnologías de la información.
Revelaciones que ha hecho serían grandes escándalos en cualquier país donde funcionen las instituciones y estremecerían a la opinión pública o a la élite política con conciencia cívica si aquí el ejercicio político más influyente no fuera puro negocio –sesgado hacia los intereses personales– y si el estado de opinión no se vendiera en pública subasta.
Cada vez que aborda un tema complejo suele decirme: “Aquí no pasada nada”. Y es así. Aquí nada pasa porque vivimos en la sociedad del espectáculo que convierte a un ex diputado circense, ofensivo, grosero e indelicado en un centro de debate, en referencia, ícono de las redes sociales y tendencia continua en la que entusiastas nos enrolamos deseosos de ver el siguiente capítulo.
Lo mismo ocurre con la apertura del salón en Puerto Plata de aquella delincuente cómplice de lavado de activos, narcotráfico y otros delitos, recién liberada después de cumplir condena, pero quien tiene a su favor más de un lustro de marketing gratuito que la ha convertido en una leyenda de la sociedad del “like”, el “share” y el “RT.” Sin recibir condena social, da la impresión de que ella debería ser el gran ejemplo para las apuestas hacia el éxito de las nuevas generaciones femeninas. Estamos en una crisis de referentes.
Mientras tanto, perdemos la capacidad de asombro frente a las debilidades institucionales exhibidas cada día ante nuestra narices, ante las violaciones a las leyes como hechos normales y generalmente aceptados. Aquí no pasa nada. Siempre recuerdo aquella película de Tomás Gutiérrez Alea, “Memorias del subdesarrollo” y la lapidaria expresión de su protagonista: “En el subdesarrollo nada continúa”. Ese es el punto.
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