Uno de los factores a los que más se asocia la calidad de vida de la gente es el acceso al consumo de bienes y servicios a precios razonables y en condiciones que generen el mayor grado de satisfacción, con riesgos reducidos en cuanto a la seguridad y la salud.
Cotidianamente escuchamos en nuestro país la queja de los ciudadanos sobre el alto costo de la vida, un elemento siempre presente en las encuestas de preferencia política cuando se pregunta sobre los temas que más preocupan al dominicano.
Esta percepción es casi invariable sin importar que la inflación medida por el Banco Central en base a una canasta de precios de productos y servicios esté en un dígito bajito. Si bien la corrupción ha desplazado un poco el indicador en la escala, éste sigue ahí presente.
No es que exista aquí una espiral inflacionaria indetenible –como en Venezuela, donde ya cruza las fronteras del espanto para entrar a un verdadero escenario de terror–, pero República Dominicana es muy cara para vivir y esto no tiene que ver necesariamente con política monetaria.
A mi juicio, el principal elemento causal de esta realidad es la inexistencia de un régimen de competencia, un sistema de producción eficiente y oferentes centrados en combinar calidad y precios.
Consumir cualquier ensalada en un restaurante de mediana categoría en Santo Domingo puede resultar más caro que en emblemáticos templos gastronómicos de París, porque el proceso –desde el origen de los productos hasta llegar al plato servicio en la mesa– arrastra costos enormes.
Escucho hablar de un cambio de modelo de producción. Es algo que tiene sentido, porque la esencia es producir a menor costo, contando para esto con transferencia tecnológica, así como procesos fluidos en acceso a crédito, cumplimiento tributario, registros, permisología y transporte competitivo.
Si lográsemos este cambio y adicionamos a un ProConsumidor fortalecido, independiente con presupuesto y recursos técnicos suficientes para la vigilancia del mercado, así como una ProCompetencia jugando su rol, más allá de estudios y amagos, este país sería otro. ¿Lo triste? El tema no forma parte de la agenda política.
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