Por más astuto que sea un director, se le dificulta salvar un filme con un caótico y tortuoso guion que no sabe qué quiere narrar y tiende a fatigar al espectador. Si bien el chileno Pablo Larraín ha sido medianamente visto con buenos ojos por la intención de varios de sus trabajos aun cosechando resultados mixtos, especialmente en biopics donde ha hecho aproximaciones a la princesa Diana (Spencer, 2021); a Augusto Pinochet (en la satírica y ecléctica El Conde, 2023); y sus mejores logros en este campo: a Pablo Neruda (Neruda, 2016) y a Jackie Kennedy (Jackie, 2016), y es con esta última dama que hace esquina su más reciente filme, María –disponible en Netflix–, pues intuyo que el hecho de ambas haber tenido como esposo al magnate Aristóteles Onassis (griego-argentino, nacido en Turquía, 1906 – París, 1975), y que mientras se producía el primer proyecto, surgió la idea de este último que no ha logrado conmovernos, sin alcanzar el rigor del biopic pues eso no es la intención, sino más bien una mirada a la estrella en decadencia.
Haluk Bilginer –Ishtar (1987), Innocence (1997), Buffalo Soldiers (2001)– hace del petulante Onassis, el hombre más rico del mundo en su época por sus negocios navieros, aerolíneas y bienes raíces; matrimoniado con la rica heredera Athina Livanos (de 1946 a 1960); con Jacqueline Kennedy (en 1968, con coqueteos desde 1964) y emparejado con María Callas entre 1959 y 1968, tras esta abandonar a su marido, el empresario italiano Giovanni Battista Meneghini (quien la hizo una estrella y en cierta ocasión comentó: «Yo creé a la Callas y ella me ha pagado con una puñalada en la espalda. Cuando la conocí era una mujer gorda y mal vestida, una refugiada, una gitana. No tenía ni un céntimo ni la menor posibilidad de hacer carrera».)
Pinceladas de ese pasado están fragmentadas en varios flashbacks, algunos muy elaborados y complejos e introducidos de manera súbita –como la orquesta en la escalinata y los extras con kimonos japoneses y todos bajo la lluvia- que ameritan de un espectador bien informado para saber un poco de la personalidad que busca mostrar el británico Steven Knight, guionista de Dirty Pretty Things (2002, de Stephen Frears) y de Eastern Promises (2007, de David Cronenberg), quien en esta ocasión se enfoca en la estrella griega nacida en New York, María Callas (1923-1977, «considerada la cantante de ópera más eminente del siglo XX«), en un reduccionista tratamiento: autodestructivo, limitado y reivindicativo con sí misma, pero más allá de exhibir su fuerte y determínate carácter –que coincide muy bien con la pretensiosa Angelina Jolie en rol protagonista– en la última semana de vida de la diva, toma como apoyo discursivo toques de realismo mágico en base al joven reportero de televisión Mandrax, nombrado a partir de un sedante, (encarnado por Kodi Smit-McPhee) y cuyos encuentros, torpes, fríos y desabridos, dan pie a una serie de fragmentos que puntualizan varios sucesos del pasado, dejando de lado toda insinuación de cómo logró su grandeza a partir de la década de 1940.
Tras su debut profesional como Santuzza en la ópera Cavalleria rusticana, en Atenas en 1938, Callas basó su fama en sus interpretaciones con peculiar y amplio registro vocal en operísticos dramas trágicos y ligeros como Lucía, Turandot, Aida, Anna Bolena, La Gioconda, Gilda, Brunilda, Lady Macbeth, Carmen, Dalila, Boccaccio, Fidelio y Madama Butterfly.
Superadas las iniciales escenas con cámara al hombro, inquietante alternancia y avejentadas en base a saturación y granulación que muestran recreaciones de metraje antiguo con instantes de interpretaciones en escenarios e imágenes de cotidianidad, se pasa a la mansión, donde los días son pasmosamente solitarios; en donde atendida y admirada por sus fieles asistentes Bruna y Ferrucio (Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Favino), la anoréxica estrella rechaza alimentos y consejos sobre su salud, hábitos y adicciones, y en donde mayoritariamente la cámara se maneja en actitud de acecho, a distancia, con reiterativos y lentos acercamientos y retrocesos (zoom in y zoom back), que si bien salones y pasillos están saturados de muebles, cortinas y decoración, en esencia eso propicia innecesarias tomas de cuerpos enteros y afecta la fuerza de diálogos.
«Vendrá personal de televisión a entrevistarme como en una hora, por favor esconde los ceniceros» (…) «Se ha escrito tanto de mí. Muchas cosas injustas, historias que son puros inventos». La necia actitud de la Callas (obsesionada por la figura y belleza de Audrey Hepburn, de quien copiaba todo lo que pudo: sombreros, vestuario y peinado), irascible y neurótica por sus fármacos, mientras espera por unos análisis médicos en contra de su voluntad, da pie para una conducta que llevan al personaje a recibir la antipatía del espectador –como es mi caso– al verla despojada de todo rastro de objetividad en muchos momentos, como al insistir que la cocinera la escuche cantar mientras el sonido de una sartén sofriendo matiza el lugar, por su menosprecio para muchos a su alrededor, incluida su actitud ante su hermana Yakinthi (Valeria Golino), a quien le inquieta el trato que la cantante, por su resentimiento, pueda darle a la imagen de su madre en su autobiografía.
Por su parte, Kodi Smit-McPhee, quien se nos reveló como el frágil camarero de taberna en el western El poder del perro (2021, de Jane Campion), tendría poco que mostrar este 2024 de no haber sido por su presencia en la miniserie –parte de lo mejor que vi este año– Disclaimer, de Alfonso Cuarón, para Apple TV Plus, con Cate Blanchett, Kevin Kline y Sacha Baron Cohen; pues queda muy desencajado como el reportero Mandrax, por su bobalicona imagen como instrumento para que en sus encuentros y paseos por París, la Callas vierta toda su arrogancia mientras imparte órdenes y opiniones («Quiero que muevas el piano hasta la otra ventana y a partir de hoy, qué es real y qué no lo es, es asunto mío… Ah, y no estaré aquí para la cita que hiciste con el doctor sin mi premiso… Reserva una mesa en el café en que los meseros me conocen, hoy tengo ganas de ser adulada»).
Por cierto, en definitiva, el secundario que ha quedado bien es el italiano Pierfrancesco Favino, protagonista de Comandante (2023, de Edoardo De Angelis, y parte de la nueva versión de El Conde de Monte Cristo, de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte).
María puede resumirse como una serie de sketches temperamentales a modo de pasarela para el lucimiento de la protagonista, fragmentados por insertos del pasado con muchas entre líneas que descifrar, mientras exhibe su interés de ser halagada y la contradicción de querer volver a cantar cuando previamente confiesa «quemé mis vestuarios de ópera porque eran parte del pasado (…) presentarme en un escenario es también parte del pasado… ¿Por qué quiere volver a cantar? Porque la música es tan enorme que te envuelve en un estado de tortura. (…) El público por desgracia espera milagros y yo ya no puedo obrar milagros».
En resumen, sus opiniones y conceptos sobre la música plantean teorías tan debatibles como inquietantes, lo que muestra el declive psicológico que atraviesa la diva, mientras el huesudo rostro de Jolie, con pálido y triste maquillaje, logra transmitir lo inevitable.
Comentarios