En la ola de delitos callejeros de las últimas semanas –con puestas en escenas espectaculares para que todo el mundo se entere– parece haber una mano que mece la cuna, que se mueve sobre la base de un guión y está focalizada en deslucir la histórica proporción de votos obtenida por un presidente reelecto, que debió haber logrado la victoria “gateando” si partimos del desgaste consustancial al ejercicio el poder.
Las manifestaciones de violencia –algunas con rastros de sangre– se han dado en paralelo con una agitación o un activismo político que ha pretendido, en forma absurda, sembrar la idea de una crisis post electoral, de aquellas vividas décadas atrás cuando los caudillos dominaban el espectro político.
De ninguna manera pretendo crear un paralelismo con una cosa y la otra para conectarlas indisolublemente, pero hay una extraña coincidencia, sobre todo con el pico que de repente ha exhibido la delincuencia –sin que los indicadores sociales y económicos hayan sufrido un deterioro repentino- y el discurso del fraude electoral pregonado a los cuatro vientos y de múltiples maneras.
Aunque no ha querido entrar en materia a fondo sobre los elementos causales de este fenómeno –quizás por prudencia o para no ser alarmista- el gobierno ha decido dar una respuesta coyuntural a un elemento que es también de coyuntura: patrullaje mixto con miles de miembros de los cuerpos armados, como ha ocurrido en otras ocasiones. Eso –con los intercambios de disparos que vendrán- es más de lo mismo.
Es probable que la ola criminal cese por un tiempo y que, claramente, vuelva a sacar su cabeza de medusa cuando sus titiriteros así lo entiendan, en función del momento político y hasta de las apetencias desmedidas de “jefotes” policiales que hacen filas para saborear el néctar que –con todas sus comisiones e influencias incluidas- implica dirigir el cuerpo del orden.
El problema está en que al asunto volvemos a darle de lado, demostrando impotencia y una impresionante incapacidad de desarrollar cambios estructurales. ¿Hasta cuándo estaremos dando vuelta a la torta de la reforma policial sin llegar a fondo? ¿Qué esperamos para limpiar ese antro uniformado que es la Policía Nacional? ¿Cuándo desarrollaremos políticas públicas que generen empleos en el sector privado no sólo bajo la sombrilla de “Papá Gobierno”? ¿Por qué tantas vacilaciones para invertir los recursos requeridos en seguridad pública, una gran prioridad relacionada estrechamente con la vida de los ciudadanos? Sin decisión firme ante esto, permaneceremos arropados por la espesa telaraña del día a día que nos hace mover como sociedad en un círculo vicioso y light frente a la delincuencia.
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