06/08/2025
Notas al Vuelo

Lo esencial es invisible a los ojos

Para quienes hayan leído El Principito, es muy probable que les suene esta frase: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es de esas sentencias que no se olvidan porque, aunque parezca sencilla, encierra un mundo. Nos confronta, nos abraza, nos recuerda que hay otra forma de mirar. Una que no se limita a la vista.

Vivimos en una época en la que todo parece demandar inmediatez. Fotos, pantallas, resultados. Todo nos empuja hacia afuera, a mirar lo aparente, a juzgar lo visible, a correr sin pausa. Pero lo esencial, eso que verdaderamente da sentido a lo que somos y vivimos, no siempre se exhibe en vitrinas, ni se comparte en redes, ni se mide con métricas. Está en otro lugar. En una dimensión que solo se alcanza con atención plena, con sensibilidad abierta, con el alma presente.

La atención plena, o mindfulness, como se ha popularizado, no es una moda pasajera, es una manera de estar. Estar aquí, ahora. No atrapado en el pasado, ni acelerado hacia el futuro. Sino respirando el momento. Sintiéndolo, percibiendo su pulso. Porque cuando uno está realmente presente, se da cuenta de lo mucho que se pierde por andar con la mente distraída. Hay una ternura en el silencio, una belleza en lo cotidiano, una verdad en los gestos pequeños. Pero para verlas, hay que dejar de correr.

La esencia de las cosas no grita. No se impone. Habla bajito. Se insinúa en una mirada, en un atardecer visto sin prisas, en una conversación sincera, en el temblor de una emoción que no tiene nombre. Por eso, sentir el momento presente no es solo un acto de paz, es también un acto de amor. De amor hacia uno mismo y hacia el mundo que nos rodea. Porque es en el presente donde habita la vida. No en los pendientes, ni en los arrepentimientos, ni en los “cuando tenga tiempo”. Solo en el ahora.

Y si vamos un poco más profundo, descubrimos que también en la expresión (ya sea artística, verbal, corporal o emocional) hay una esencia que muchas veces no se dice pero se siente. La verdadera comunicación no está en las palabras que elegimos, sino en la intención que las sostiene. En el espacio entre lo que decimos y lo que el otro percibe. Allí también lo esencial se vuelve invisible. Invisible, pero no menos real.

Quizás por eso necesitamos aprender a mirar con otros ojos. No con los de afuera, sino con los de adentro. Los que saben reconocer lo valioso aunque no brille. Los que sienten lo auténtico aunque no impresione.

Porque al final, como escribió Saint-Exupéry, lo esencial es invisible a los ojos. Y para quien aprende a ver con el corazón, el mundo nunca vuelve a ser el mismo.

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