La aparición de Rodrigo Tacla, abogado cómplice de Odebrecht, anima la serie, le pone un sazón tropical y redime la historia de la monotonía en que había caído, posibilitando sobre todo una reapertura inquietante para quienes la creían en su ocaso.
El País, un periódico inteligente de la nueva era, avizoró que la narrativa interesante no estaba en el pago de sobornos –que ya es pan comido–, ni en los regalos generosos; mucho menos en la ingeniería financiera con valores propios de la mejor novelística.
Claro, estos factores habían de formar parte del campo de texto acerca del embarre corporativo más terrible de nuestros tiempos con impacto en la política, la administración pública y la institucionalidad de 12 países. Pero no son en sí la atención del relato.
De ahí es que el hábil editor articula el encabezado de esta forma: “El abogado de Odebrecht: La constructora pagó fiestas con mujeres a políticos de República Dominicana”. Está presente el morbo que hala lectoría, pero también desvía la procesión.
Aunque la generosa constructora regaló sexo en otros lares, tal parece que Dominicana fue la selección emblemática. Y no era para menos. Se trata de una tierra sensual en la que florece la erótica del poder.
Odebrecht deviene aquí en un rollo judicializado altamente complejo, con algunos bajo medidas de coerción y otros detrás del telón caminando sobre el filo de la navaja, hechos un manojo de nervios en noches convulsas, con legítima incertidumbre sobre qué le deparará el futuro, pues el expediente será difícil de cerrar.
Mientras tanto, asistimos a otro episodio de la saga que instala una batalla en alcobas encumbradas con una lluvia de interrogantes, cotejos de agenda, recreación de episodios, reuniones inesperadas, viajes furtivos y amanecidas impuestas “por el ritmo de trabajo”.
En función del grado de fiereza y la sagacidad de la consorte, no ha de dudarse esta realidad: personajes pasándolas muy mal en un asiento acusatorio, y no precisamente de un tribunal, sacando de abajo para despejar dudas y tratar de salir airosos.
Una cohorte de brasileñas ardientes, de estructura curvada (por concesión de la naturaleza o milagro del bisturí) debe inquietar en demasía por sus amplias ventajas competitivas.
También puede levantar envidia, recelos y frustración en “cazadores” concupiscentes que desearían haber sido favorecidos por la “División de Operaciones Estructuradas” de Odebrecht… pero no en coimas sino en su fiesta carnal. Por eso Tacla tocó una tecla muy peligrosa.
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