La gestión del poder en forma prudente es un ejercicio que pocos asumen con la convicción de que todo termina. Avasallar suele ser uno de los primeros impulsos cuando se cuenta al menos con una cuota de poder.
Por eso solemos escuchar la expresión proveniente del pragamatismo que dice: El poder se usa o se deja. El uso del poder tiene distintos sentidos en función de quien lo ejerza: aprovechamiento, abuso, manipulación, endiosamiento, verticalidad, cerrazón, servicio, desarrollo.
Son virtuosos aquellos que pueden administrar poder y estar conscientes de sus propias debilidades para trabajarlas y convertirlas en oportunidades. Quizás sobran dedos de las manos al contar en la historia a quienes utilizan el poder para servir. Generalmente se decantan por ser servidos.
Otros rasgos del poder son resistirse a aceptar la verdad y prestar oídos solamente a las palabras blandas, a los aduladores, a quellas cosas que prefieren escuchar. El poder se desconecta de la realidad si no es domado cada día, haciendo una reflexión sobre la condición humana y pensando en que solo tiene sentido cuando se utiliza para servir.
Al poder le gustan los asesores genuflexos, las conversaciones que resalten sus atributos, sobre todo si sirven para inflar el ego. Por esa razón son tan exitosos los aduladores. El poder, manejado con sentido cortoplacista, es una ola efímera, una bola de nieve que crece rápido y se dirige veloz para estrellarse contra la roca.
De ahí es que vemos en cada ciertos ciclos a poderosos que pasan del oro al estiércol, dejando una recordación deplorable en la historia, en la que ocupan el cuarto del basurero después de haber disfrutado de principalías.
Otra falla del poder es que suele llevar a quienes lo detentan a perder la noción del tiempo. En su atemporalidad, nunca ven el final ni avizoran la posibilidad de descender de su poltrona a una cárcel común. A veces ni llegan a entender cómo se deslizan sin escalas del aplauso al odio social, que es la peor condena.
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