El dengue es sin dudas esa fotografía perfecta de una realidad devastadora: la deuda social acumulada y creciente en un Estado que no define lógicamente sus prioridades, apegado al lavado de cara, al relumbrón, al autoengaño y a la clientela.
La pena, la vergüenza y el sonrojo me acompañaron durante la jornada “Todos contra el dengue,” en la que participé el viernes en busca de una solución de muy corto plazo, movilizando recursos, tiempo, energía, que se requerirán de nuevo en pocos meses.
De todos modos, era el paliativo más rápido para impedir que más conciudadanos sigan muriendo estúpidamente, algunos en plena mocedad llena de sueños truncados. Lo peor era quedarse de brazos cruzados. Tuvo sentido la movilización del Gobierno.
Cada recipiente con agua acumulada pone de relieve la incapacidad de quienes han dirigido la nación de asegurar un sistema de suministro del líquido en forma continua, segura y confiable, que haga innecesaria la cultura de almacenamiento de galones, tanques y garrafones.
Las élites gobernantes han preferido la ejecución de infraestructuras con tinte de primer mundo, incluyendo un metro, sin antes resolver la crisis en el abastecimiento de agua ni desarrollar consistentes políticas de prevención, saneamiento, salubridad y medioambiente para la calidad de vida de la gente.
Los gobiernos locales –en su mayoría asquerosamente corruptos- despilfarran recursos públicos en nóminas obesas y diseñan geniales escapes monetarios a través de compras y contrataciones tramposas, pero no limpian su entorno y han sido un fracaso en la gestión comunitaria. No dan servicios.
Por eso está ahí el insecto golpeándonos en la cara y denunciando la lamentable incapacidad que tenemos de administrar con eficiencia y sentido de prioridad los fondos públicos y hasta de disponer adecuadamente de nuestros desechos.
Todos los culpables de la propagación del mosquito –los ciudadanos que no ejercemos ciudadanía y las autoridades incompetentes – ahora salimos despavoridos con bombitas fumigadoras al hombro, guantes para el retiro de desechos, botellitas de cloro y volantes propandísticos, que nos reafirman como un Estado fallido. Esta sociedad requiere un rediseño estructural para romper el círculo vicioso del atraso.
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