La familia se constituye en la única democracia en que los gobernantes eligen a los gobernados, al menos en el número de miembros, aunque no en el género. Es aquella democracia en que los participantes establecen alianzas, donde los intereses en juego, no son de tipo económico ni político, son espirituales, se trata de valores: honestidad, integridad, coronados por el amor y respeto.
El amor y respeto de los gobernantes por aquellos a quienes eligió dirigir, no se extingue aún y le llegue la muerte, pues desaparecido físicamente, lo sembrado seguirá rindiendo frutos, en honor a su memoria. El título con el que se gobierna, padre o madre, jamás desaparece. El título que se da a los gobernados, hijos e hijas, tampoco lo hace.
El antecedente que precede a la constitución de esta democracia, que es la familia, es la formación del equipo gobernante: el matrimonio. Dos personas de diferentes sexos, maduros y sanos, desde el punto de vista físico y mental, que se han estudiado mutuamente, en hábitos y costumbres, llegan a la conclusión de que poseen las características, iniciales, necesarias para construir una familia; bajo el pacto supremo, de amor y respeto. Con dicho acto, muere el yo y nace el nosotros.
Damos ese valiente paso, conscientes de que todo lo que sigue es nuevo, cada día trae sus eventos y así serán nuestras reacciones. Posiblemente una vida no sea suficiente, como para que ocurran todos los eventos que prueben en su totalidad, nuestra capacidad de reacción.
El matrimonio está legalmente instituido e históricamente se han realizado uniones matrimoniales, por razones económicas, políticas y sociales; pero lo único que lo sostiene es el amor y el respeto.
Puede cambiar lo político y cesar la riqueza, si nos amamos y respetamos, todo sigue, nos dejan sin clase social y nos seguimos amando y respetando. Igual se podrían destruir todos los documentos y nada se alterará. Pero si cesa el amor y el respeto, no vale política, ni dinero, no vale clase, ni valen papeles. La relación, tal como debe ser, está destruida.
Superada la situación histórica, de la esclavitud clásica; donde la guerra representaba la principal fuente de producción de esclavos y tierras para el cultivo. Se requirió fuerza y mayor capacidad de movilización; en ese momento el hombre fue dueño del arado, el caballo, las tierras, de la mujer y de otros hombres.
Debido a esa tradición histórica, la sociedad asigna la primacía del hombre, en la toma de decisiones, en el hogar. También lo hace el texto cristiano. Aun así, es necesario crear un espacio de horizontalización, en la administración del hogar, como forma de expresión democrática, en la familia.
En una familia creada bajo el fundamento de amor y respeto todos los individuos son importantes y están sometidos a deberes, pero disfrutan de derechos y libertades.
En la familia nuclear, que es el modelo, el hombre acompañado de la mujer, en su rol de cabeza de familia, están destinados a dar el primer paso, en su ejercicio democrático como guía. Son sembradores de amor, de razones, de convicciones y como resultado de esto recibirán, entre ellos y de sus hijos, respeto y cumplimiento de sus instrucciones.
En cambio, si el ejercicio entre ambos y para con sus hijos, se fundamenta en la fuerza, están obligados a permanecer inmóviles o sus instrucciones no van a ser seguidas;, porque la fuerza para tener efecto no puede dejar de ser aplicada, la fuerza genera miedo, no respeto. El miedo desaparece al cesar la fuerza que lo produce.
En un mal ejercicio, como guía de la familia, el pie que colocas en el cuello de tus gobernados, como forma de mando, es el mismo que te será colocado cuando te ausente o las fuerzas te falten. Lo peor del resultado de este ejercicio es que los individuos criados bajo ese principio, terminan colocando a otros bajo sus pies, en la escuela, el trabajo y en su familia, cuando la formen.
En la carta de Pablo a los Efesios plantea: “Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos, según la disciplina e instrucción del señor”. Efesios Cap.6:4
Sabes que esas iras, mentiras, engaños, falsedades, egoísmos, maldades ejecutadas o deseadas, envidias y vanidades; con que actúa, frente a tus hijos; les marcarán para siempre, como actores sociales.
En cambio, si les educas en amor, eso reflejará en todos los aspectos de la vida, en que se desenvuelvan.
Confucio, filósofo chino (551 al 479 A.C) afirma que: «Una buena familia comienza con un buen ejemplo de los padres”.
En cualquier tipo de estructura familiar en que nos encontremos, los padres hemos de modelar las cualidades, que aspiramos tengan nuestros hijos.
Esto para la República Dominicana, plantea la necesidad de un gran activismo, por parte de trabajadores sociales y de especialistas de la conducta humana, actuando a lo interno de las familias.
Allí al final, está la sociedad, esperando el resultado de este primer ensayo del ejercicio democrático en su principal célula.
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