De repente, o mejor dicho en los últimos ocho años, el saqueo artístico perpetrado por las fuerzas de ocupación Nazis, a través de varios países de Europa, durante la Segunda Guerra Mundial, ha tomado un inusitado impulso.
Dicho ‘momentum’, aunque interesante en sí mismo, puesto que agrega un ‘novedoso’ elemento a una cinematografía –el subgénero nazi– que después de casi 70 años de incesante explotación lucía agotada y reiterativa; no ha dejado, sin embargo, los mejores resultados.
Al menos, esa es la impresión que queda después de ver a la talentosa actriz Helen Mirren apelar a uno que otro ‘manerismo’ y clichés, en un desesperado intento por rescatar un film condenado al olvido mucho antes de que se rodara la primera escena.
Y desafortunadamente, este no es el primer traspié en la materia. Apenas el año pasado el mismo George Clooney fracasó notablemente en su doble rol de director y guionista, al relatar una historia similar en The Monuments Men. Tal vez, las cosas funcionen mejor en el documental The Rape of Europe, pero aún no hemos tenido la oportunidad de verlo.
En el caso de Woman in Gold, la película lamentablemente y pese al rico y excitante material que maneja, se inscribe dentro de la misma tónica. El film intenta con tanto empeño en convertirse en una película regia, aguda y significativa que concluye por no alcanzar ni siquiera el más simple de sus objetivos.
Después de la muerte de su hermana, con quien nunca tuvo una relación cordial, dicho sea de paso, Maria Altmann (Helen Mirren), una judía austriaca de la clase alta que se radicó en Los Angeles huyendo de los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial, decide llevar a corte al gobierno de Austria, en reclamo de unas valiosas pinturas de Gustav Klimt pertenecientes a su familia, y de las cuales se apropiaron los Nazis mientras regia el llamado Tercer Reich.
Entre esas pinturas se encuentra el ‘Retrato de Adele Bloc–Bauer I’, valorada en decenas de millones de dólares, y también conocida como ‘Woman in Gold’, y a quien se considera como la ‘Mona Lisa de Viena’.
Pese al valor y pertinencia de esta historia, el film está inspirado en hechos reales, la puesta en escena a la que recurre el director Simon Curtis es plana, directa y carente de lucidez. Probablemente, no obstante, el mayor problema de la película se derive de su indefinición.
Bajo la ley de un guion blando, incoherente y superficial, la narración va del drama intimista, al drama de guerra y luego al drama judicial sin abrazar con propiedad ninguno de los tres subgéneros.
Más críticas de Anthony Pérez Díaz.
Como consecuencia, el tono que impregna el realizador Curtis a la película es más bien el de un melodrama televisivo de sábado por la noche. Todo luce, claro sin tomar en cuenta la pobre actuación de Ryan Reynolds –quien carece de credibilidad y evidencia que nunca encontró el personaje–; mecánico, metódico y muy a la medida.
Por ello, aquí no hay naturalidad, genuina confrontación o emoción. El hecho de que buena parte de la película es narrada a intervalos en flashbacks, tampoco aporta gran valor a la producción, y por el contrario, rompe el ritmo, la unidad y con frecuencia la intensidad del momento actual.
El film precisa de mayor alcance, en términos cinematográficos, y contundencia, en lo narrativo. Lo que salva a ‘Woman in Gold’ de la hecatombe es innegablemente la actuación de Helen Mirren. Con la complejidad y contradicción de su personaje ella es creíble y siempre fascinante.
En algún momento, alguien tendrá que retomar esta historia y darle a la misma, dentro de su conceptualización psicológica, humana y judicial, el tratamiento que verdaderamente merece.
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