14/03/2025
Crónica Política

La canastilla: símbolo de la degradación política 

La canastilla es el símbolo de la degradación de la política dominicana. Representa el fracaso de la partidocracia y evidencia la necesidad de una nueva forma de hacer política. Durante décadas, el clientelismo ha sido la herramienta predilecta de los partidos tradicionales para mantener el control sobre el electorado, perpetuando así un sistema donde el favor sustituye al derecho y la dádiva reemplaza la política pública efectiva.

El senador vegano Rogelio Genao es un ejemplo claro de la política folclórica que predomina en el país. Ingeniero de profesión, ha convertido la representación congresual en su principal actividad, permaneciendo enquistado en el Congreso Nacional durante años con una productividad que pocos conocen o valoran. Su trayectoria es reflejo del sistema político dominicano, donde los mismos actores se reciclan elección tras elección, amparados en estructuras partidarias que llegaron al poder por primera vez en 1966, tras las primeras elecciones celebradas después de la Revolución de Abril.

Más allá de su rol en el Congreso, Genao se ha convertido en un símbolo de resistencia al cambio. La semana pasada, se erigió como el principal opositor de las candidaturas independientes, argumentando que es necesario «cortar el paso» a esta modalidad de participación política, a pesar de que el Tribunal Constitucional ha fallado en favor de su legalidad. Este rechazo revela el temor de la clase política tradicional a perder su hegemonía ante nuevas alternativas que amenazan con romper el monopolio de los partidos.

La realidad es que el Tribunal Constitucional no ha hecho más que aplicar el principio de igualdad, garantizando que cualquier ciudadano con el respaldo necesario pueda aspirar a un cargo electivo sin depender de la estructura de un partido. Sin embargo, quienes se han beneficiado del sistema clientelar ven esto como una amenaza, pues debilita su control sobre el electorado.

La semana pasada, un dirigente comunitario me solicitó una o dos canastillas para un operativo que realizará en el interior del país. Lo hizo bajo la premisa de que he anunciado mi candidatura como diputado independiente. Esta petición refleja la normalización del clientelismo en la política: los ciudadanos han sido educados en un sistema donde la representación política se traduce en favores y ayudas individuales, en lugar de propuestas legislativas y políticas públicas estructuradas.

No es casualidad que la abstención crezca en cada proceso electoral. Este fenómeno es una evidencia irrefutable del rechazo al statu quo. En las elecciones municipales de 2020, por ejemplo, la abstención alcanzó un 50.11%, mientras que en las presidenciales del mismo año fue de un 44.71%. Estos números reflejan el desencanto de una población que no encuentra opciones reales en una oferta política dominada por los mismos actores de siempre.

La historia nos ha enseñado que cuando un sistema político se cierra a la renovación y se aferra al clientelismo como única estrategia de supervivencia, termina por colapsar. A principios del siglo XX, la crisis de representación en República Dominicana derivó en la imposición de una dictadura que sofocó las libertades durante más de tres décadas. Hoy, aunque las circunstancias son distintas, el peligro de una crisis de gobernabilidad sigue latente si la clase política continúa ignorando las señales de agotamiento del modelo actual.

En República Dominicana existen 34 partidos registrados para un padrón electoral de casi nueve millones de personas. Sin embargo, en las elecciones de 2020, solo tres organizaciones (PRM, PLD y FP) lograron superar el 5% de los votos necesarios para mantener holgadamente su personería jurídica. El resto apenas sobrevive gracias a alianzas estratégicas con los partidos mayoritarios o a una estructura clientelar que les permite asegurar un mínimo de votos en cada proceso electoral.

Este panorama revela una falsa diversidad política. Aunque en teoría hay múltiples opciones, en la práctica el poder sigue concentrado en los mismos grupos que han dominado la política durante décadas.

La canastilla es un símbolo de retroceso. Representa la perpetuación de un modelo político basado en el asistencialismo y la dependencia, en lugar de la construcción de una ciudadanía empoderada y crítica. Es la antítesis del bien común, pues no busca mejorar la calidad de vida de la población a través de políticas sostenibles, sino mantener el control del electorado a través de pequeñas dádivas que refuerzan la dependencia.

Si queremos una democracia más sólida y representativa, es urgente romper con estas prácticas y fomentar una nueva cultura política basada en la transparencia, la meritocracia y la participación ciudadana real. La resistencia de la clase política tradicional es predecible, pero el crecimiento de la abstención y el descontento social indican que el cambio es inevitable.

El desafío está en construir una alternativa que no dependa de la canastilla, sino de propuestas que generen bienestar colectivo y devuelvan la esperanza a un electorado cansado de más de lo mismo.

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